lunes, 3 de julio de 2017

Anestesia epidural

A Marisa se le averió el coche y, por tanto, su buen humor. En el garaje fueron claros: Tardarían siete días. Cecilio, compañero de trabajo de Marisa, se ofreció a llevarla a su domicilio. Aceptó porque era de fiar. “Para. Aquí es. Ya sabes donde tienes tu casa.”. Durante el camino hablaron del tiempo. Ella comentó que a partir de los 36 años sentía en su cogote el viento desagradable de los 40. Él, a sus 51, no creía que estaba, como dicen, en la edad de la infidelidad. 

A Cecilio le esperaba en su hogar la rutina de todos los días: Comer con su esposa y después un rato de televisión. Vieron un desfile de modelos en ropa interior en tonos azul verdoso. Cambiaron de canal.

“Eres mi chofer predilecto” dijo Marisa por teléfono a su compañero de trabajo y añadió: “Mañana dispondré de mi coche. ¿Me llevas hoy también?”. Cuando llegaron, Cecilio no esperaba que ella le invitase a tomar una cerveza. Era un día caluroso. “Sírvete tú mientras yo me ducho”. A los cinco minutos la vio salir apresuradamente del baño en ropa interior. Era azul verdosa, como la del desfile de modelos que vio con su mujer. De pronto sintió como cuando le administraron anestesia epidural. En este caso podía andar y correr. Ni se despidió de la buena compañera que se vestía en el dormitorio.