viernes, 22 de noviembre de 2013

Un escritor de oreja

-Su esposa me ha dicho que esta mañana se ha levantado usted muy bien.
Miguel Ángel Asturias comentó:
-Unas veces me siento bien y en ocasiones me encuentro muy decaído, como si el cuerpo me pesara mucho. Sé por los  médicos que padezco una colibacilosis. Me recetaron un antibiótico y ahora luchan el bacilo y el antibiótico desesperadamente.
 (Miguel Ángel Asturias, Premio Nóbel de Literatura y Premio Lenin de la Paz, 1966, falleció en Madrid el 9 de junio de 1974, mes y medio después de esta conversación en el Hotel Inglaterra. Había venido a Sevilla a pronunciar una conferencia sobre Bartolomé de las Casas. Este religioso sevillano (1474-1566) se marchó a las Indias para defender los derechos humanos de los indígenas, machacados por los colonos españoles.
─¿Lee usted a alguien sus escritos antes de publicarlos?
─A mi esposa.
─¿Sigue sus consejos?
─Es doctora por la Universidad de Buenos Aires. Ella es la que en mi casa sabe latín y griego y la que me ayuda en muchos aspectos.
-¿Qué hace después de escribir un folio?
-Leerlo, porque soy un escritor de oreja. A mi no me gusta un texto mío hasta que, leyéndolo en voz alta, me suene bien.
-¿Cómo fueron sus comienzos?
-Yo me inicié no en la literatura, sino en el periodismo. Fundé con otros compañeros, en Guatemala, un periódico que todavía existe. Se llama "El Imparcial". Todos éramos muy jóvenes y nos propusimos renovar la forma tradicional de los periódicos.
-¿Incluido el género de la entrevista?
─Tenga presente una cosa muy importante, que le va a resultar rara: Una buena entrevista depende de que haya una corriente de simpatía entre el periodista y el entrevistado.
 -¿Recuerda alguno de sus poemas?
-Va pasando esta pena/la pena de la vida/la pena que no importa/tú la has sentido larga/yo la he sentido corta/ y aún está distante/ la tierra prometida.
 (Miguel Ángel Asturias tuvo que huir de Guatemala, su país, después de escribir “Señor Presidente”, que refleja la crueldad de la dictadura de Estada Cabrera. El autor reconoce que en su obra late el pánico que se vivía en su patria).