jueves, 4 de octubre de 2012

Fúnebre ocurrencia de Camilo José Cela

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El Nóbel pidió un bolígrafo negro y comenzó a escribir pausadamente una esquela mortuoria en un ejemplar de la novela que había sido premiada con cincuenta millones de pesetas. El texto de la esquela es sencillo y sigue el modelo tradicional, excepto la inclusión de un verbo algo irreverente para la ocasión. Lo extraño del caso es que el finado, valga la redundancia, estaba de cuerpo presente.
El difunto no quiso guardarse un elogio, porque según Picasso, es como quedarse con algo ajeno. Así que agradeció de corazón a Camilo José Cela su fúnebre ocurrencia. .
El profesor Manuel Regueiro dice que la muerte, como tema, tuvo un papel fundamental para Cela desde sus primeras obras. En algunas confiesa indirectamente sus miedos y su intento de remediar la sensación de la soledad, que tanto asociaba con la vejez.
Muchos años antes de gustarla, el Noble escribió que la muerte era dulce, pero la antesala cruel. Cruel y macabro me parece el anuncio de una empresa de pompas fúnebres que aparece en una de sus obras: “Adquiriendo un elegante ataúd de caoba se regala cajita de niño”.

Los restos mortales del Nóbel se encuentran en el cementerio de Iria Flavia, su pueblo, junto a un olivo centenario, como él había dispuesto. Están bajo una lápida de granito, donde se puede leer el nombre del finado y el título nobiliario que le concedió el rey: marqués de Iria Flavia. “Pero el verdadero Cela no es el marqués. Es el vagabundo que escribió “Viaje a la Alcarria” y dos o tres de las novelas más importantes del siglo XX" manifestó su hijo a la agencia Efe, en el décimo aniversario de su muerte. En aquella ocasión también dijo que era duro reconocer que su padre había desaparecido de los ambientes literarios porque le estaba pasando factura su faceta más mundana.
Camilo José Cela fue sincero con el protagonista de la esquela mortuoria:
-Lo que se me apetece ahora es una buena ducha. Pero como ya es hora de comer, prefiero que me hagas la entrevista mientras tomamos café. Más tarde, no, porque luego entro yo en estado comatoso. La siesta es sagrada para mí. Y adviértele a tu fotógrafo que no me saque riendo, que luego se van a confundir los historiadores del futuro.
-De acuerdo. Pensaba preguntarle, antes de que comiera, cuántos kilos pesa.
-Ahora, con las hambres que me hacen pasar, he perdido 13 kilos. Llegué a pesar desnudito y en ayunas, que es como pesan a los niños, 107. Tengo que bajar a 87 kilos.