lunes, 8 de octubre de 2012

Del “paraíso” de la prensa a la puta calle

No te enfades, le he dicho a Antonio Ramos Espejo. Y le he prometido tener muy presente lo que me acaba de confesar:
-Detesto que me pongan periodista y escritor. Ser periodista es tan importante, que cualquier añadido lo empobrece. Ni periodista y escritor, ni periodista y profesor… Periodista a secas.
Antonio Ramos es autor de más de doce libros. Escribió el primero, “Andalucía: campo de trabajo y represión”,  en 1978. Años después trabajó como corresponsal de la Agencia Efe y del diario “YA”  en la Ciudad Eterna. Quizá estuviese entonces en el  Vaticano el pontífice al que Violeta Parra aludía en una canción: “Qué dirá el Santo Padre que vive en Roma que le están degollando a sus palomas”. Cuando Antonio regresó de la capital italiana a España venía con la misma fe y con menos prejuicios.
-¿Tienes dormido a Federico García Lorca?
-Lorca está siempre vivo. Su invitación a ocuparme de alguna de sus facetas continúa. Mi última aportación es de hace unos meses: Herido por el agua: Garcia Lorca y la Alhambra. Ese libro está incorporado a la colección del Patronato de la Alhambra.

-¿No miras hacia otro lado?
-A veces pienso en desviar la atención hacia otros temas relacionados con la represión, la prensa y la imagen de Andalucía, como he hecho recientemente con Andalucía de vuelta y media, o dedicarme, como seguramente haré, a pensar en un largo recorrido de la memoria, como si fuera un reportaje… Pero este proyecto está en fase de lactancia. Y desde luego, ahí también estará García Lorca.
-Has tenido la oportunidad de dirigir sucesivamente varios periódicos. ¿Es como pasar de una emoción a otra?
-Los periódicos en nuestro caso han sido nuestro alimento casi desde la leche en polvo hasta los alimentos basura. Aparte de mis estancias de redactor sin cargos en Sol de España de Málaga,  de reportero en Ideal, dirigí el Diario de Granada (Antonio Checa fue su primer director), hasta su cierre: recuerdo que escribí en la portada “Si muero dejad el balcón abierto” (la misma frase lorquiana que utilizó en 2012 Antonio Avendaño al despedirse de Público). Allí nos dejamos las ilusiones y salimos preparados hacia otras aventuras.
-¿Se te humedecieron los ojos en alguna ocasión?
-Espera. En 1986 me incorporé a la dirección de diario Córdoba; y aquí lógicamente en mis casi trece años, creo que dejé mi impronta, como director y reportero; y lo más importante, me llevé a mi única hija, Carmen, cordobesa. De allí nos fuimos como se van los que aman una tierra: llorando.
-¿Hacia dónde?
-Seguí río abajo…  Y como director de El Correo mi paso fue más breve, prolongado durante un tiempo con otras funciones. Y muy pronto me puse a dirigir la Enciclopedia General de Andalucía (entre 2002 y 2010), al tiempo que encontré cobijo en la Universidad de Sevilla como profesor en la Facultad de Periodismo, donde el día 30 de septiembre me jubilé.
-¿Fuiste un profesor feliz?
-La felicidad es tan difícil de encontrar… Pero de toda la etapa de doce años que pasé en la Facultad me quedo, por encima de toda consideración hacia profesores y colegas honorables, con los alumnos. Creo que he clamado, casi siempre en el desierto, para que los planes de estudios se enfocaran  hacia los alumnos, hacia los futuros periodistas, al margen de los intereses de los profesores.
-¿Qué te preguntabas ante aquellas aulas?
-¿Por qué no se les enseña a ser periodistas desde primer curso de carrera, como se hace con un médico, un  biólogo o un abogado en sus correspondientes disciplinas? La respuesta sería una historia interminable…
-¿Cómo dabas tus clases?
-Como si estuviera en una redacción, de redactor- jefe, en la sala de informática donde mis alumnos hacían páginas de noticias, reportajes, entrevistas, artículos, revistas… Les enseñaba las experiencias de un reportero. Me sentía algo más feliz  y plenamente realizado con la inyección de la savia nueva que me inyectaban los jóvenes periodistas.
-¿Y ahora?
-Después de este paréntesis fructífero, vuelvo, aunque con más años, al camino de donde partí, al del reportero, que se expresa en periódicos, revistas, documentales o libros… Porque, los reporteros como tú, Juan Holgado, como tantos otros que aman este oficio, somos periodistas hasta que la muerte nos dé la definitiva jubilación.
-¿Qué compañeros que ya no están entre nosotros te vienen a la mente?
-Tantos nombres… Pero hay tres que retengo. De todos los que formamos Diario de Granada Rafael Villegas  es el único que ya se fue y el único que apenas pudo encontrar trabajo. Nos enteramos que tenía una enfermedad degenerativa. Años después de su muerte, le dediqué un texto a un libro suyo Equilicuá: “Ángel de dunas”.
-¿Cómo lo recuerdas?
-Como lo que era: un ser divino. Y el 7 de abril de 2003 un misil acabó con la vida de Julio Anguita Parrado. La muerte de un reportero de guerra. Había hecho sus primeras prácticas de prensa en nuestro Córdoba. Fue un trallazo para los que seguimos su aventura.
-¿Qué sigue siendo en el recuerdo Anguita Parrado?
-Para todos nosotros es como una bandera que debemos enarbolar cada vez que nos refiramos al auténtico periodismo Lo mismo que cuando recordemos a Pepe Guzmán Cruz, periodista de El Correo de Andalucía. Pepe murió en otra guerra a los sesenta años. El veterano reportero se despidió de este mundo en una calle de Sevilla (29 de mayo de 2001), donde había aprendido a convivir con los seres humanos más desposeídos y machacados por las injusticias.
-Tú lo identificaste.
-Me tocó ir al tenebroso depósito de Virgen del Rocío para que lo sacaran de aquella frialdad y trasladaran su cuerpo a una sala donde sus familiares y amigos le dieran el último adiós.
-¿Piensas alguna vez en el?
-Pienso en Pepe Guzmán cada vez que leo que a diario son expulsados del “paraíso” de la prensa a la puta calle tantos periodistas, jóvenes y veteranos, destinados a pasar el frío de las madrugadas hasta que salga para ellos, para todos nosotros, el sol que devuelva la vida a las redacciones.