miércoles, 10 de octubre de 2012

“No llega ninguna solución a la sangría laboral”

José Luis Bonilla, licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó a trabajar en El Correo de Andalucía cuando era católico (el periódico). Ahora, desde hace casi veinte años, en una empresa de comunicación. Antes, en la Expo 92. Después, en la Junta de Andalucía, como Jefe de Prensa de la Consejería de Salud, cuyo titular era José Recio y posteriormente en la de Economía, con el consejero Castillo...
-¿Qué consejero de la Junta mentía mejor?
-Basta con recordar la famosa frase de Enrique Tierno, “los programas están para no cumplirlos”. No conozco ningún político que no sepa mentir, aunque no siempre mienten. Visto lo visto, ¿no será que nos gusta que nos mientan?
-¿Te aumentaron los prejuicios y tópicos cuando trabajaste allí, en el caso de que los tuvieras?
-Me sorprendieron los prejuicios y tópicos de los demás. Muchos compañeros periodistas me acusaron de pasarme al “otro bando” y poco menos que de traicionar a la profesión: “Allí sólo vas a dedicarte a hacer que nuestro trabajo sea más difícil, a procurar que no publiquemos nada que no te convenga”.

-¿Siguen pensando igual?
-Cuando bastantes de ellos dejaron las redacciones para trabajar en comunicación en empresas, en instituciones y en Administraciones cambiaron de opinión. Hoy defienden la nobleza y la dureza de esta faceta de la comunicación y tratan de facilitar el trabajo de los medios, a veces incluso por encima de lo que sus jefes desearían.
-¿Eres casi un empresario más en tiempos de crisis?
-Las empresas de asesoría de comunicación, como en la que trabajo desde hace 19 años, no son una excepción en el complejo panorama que estamos viviendo. Muchas han tenido que cerrar y cada vez surgen nuevas empresas, la mayoría de ellas con una o dos personas que tratan de reubicarse tras salir de los medios de comunicación. Ahora trabajamos el doble para facturar la mitad.
-¿Cómo ves la Prensa?
-Muy mal. Tanto que se me ponen los pelos de punta si reflexiono sobre el asunto. No dejo de pensar en los miles de periodistas que han perdido su empleo en los últimos años. Dicen que la clave es adaptarse a las nuevas tecnologías, pero con ellas no llega ninguna solución a la sangría laboral.
-¿La Expo 92 te enriqueció en algún sentido?
-En muchos. Ha sido mi experiencia profesional más apasionante. Me ayudó a entender mejor el mundo, a recorrer España explicando con ilusión lo que para muchos era apenas un proyecto de iluminados, a conocer gente de muchos sitios y con maneras de pensar muy diferentes. Fueron cuatro años muy intensos y cuando lo pienso, me quedo con los dos primeros, cuando no había nada en la isla de la Cartuja y había que trabajar duro para que se creyera que aquello iba en serio.
-¿Te arrepientes de algo?
-Sólo de la intensidad del trabajo que me robó vida familiar y los mejores años de la infancia de mis hijos. Prácticamente vivíamos en la Cartuja. Pero una de las muchas injusticias que se han cometido con tantos buenos profesionales que trabajaron en la Expo es la falsa vitola del “enriquecimiento”. No conozco a nadie “de dentro” que se hiciera rico. Por el contrario, sé de muchos que lo pasaron muy mal después, sin trabajo durante demasiado tiempo. No puedo decir lo mismo de algunos “de fuera”, que sin duda hicieron grandes negocios y de paso perjudicaron la imagen de muchas personas honradas.
-¿Qué queda de aquel joven José Luis Bonilla que conocí en El Correo de Andalucía?
-Pues menos la juventud, todo lo demás. Tengo las mismas ganas de aprender que aquel día de noviembre que entré por primera vez en la redacción con 17 años y me encontré con un grupo de profesionales que me enseñaron la realidad del periodismo, que difería bastante de la teoría recibida en los tres meses que llevaba matriculado en el primer curso de la carrera y de la propia
idealización que yo mismo tenía de la profesión.
-¿Un recuerdo inolvidable de aquellos tiempos?
-Muchos; pero me quedo con tres. Uno, la interminable relación de compañeros y “maestros” entre los que no quiero dejar de mencionar a los dos José María: Requena y Javierre. El segundo, la primera lección de periodismo real del “dire”, que tras entregarle una crítica de cine me explicó que no podía ser tan crítico porque si no decía algo positivo de la película la empresa propietaria de
los cines retiraba la publicidad del periódico. Ese día aprendí que lo de la objetividad estaba muy bien para las clases de la facultad. Y el tercero, la tarde del 23 de febrero del 81 en la redacción del periódico. Recuerdo todo: la magnífica labor de la radio, la angustia, las caras de los compañeros… Nos mirábamos tal vez esperando que alguno decidiera marcharse, pero ninguno lo hizo. Hice dos llamadas: a mis padres y a mi novia, hoy mi mujer.