sábado, 15 de octubre de 2011

Mourinho traduce al portugués una novela española

La Nada, o el vacío para los amigos íntimos, pasa los fines de semana leyendo en su biblioteca y tomando té con piñones flotando en el aroma. Los lunes, por la tarde, acostumbra a comprar las últimas novedades editoriales de misterio en la librería de su barrio.
Ayer no tenía muchas ganas de arreglarse. Después de la ducha sólo se puso un traje muy ceñido de rosas de su jardín que estaban recién cortadas y se dirigió en su coche  hacia donde siempre. Al bajarse del automóvil procuró que ninguna rosa atentase contra su pudor para que los mirones de siempre no explorasen en los movimientos líricos de sus piernas. Había aparcado cerca de su escaparate favorito, lleno de libros. Se detuvo, leyó los títulos expuestos y no vio el que quería comprar. Entristecida decidió pasar unos minutos en la librería. Al entrar en el establecimiento pisó algo extraño y resbaló. Las vocales e interjecciones que había derramadas en el suelo se le clavaron casi en todo el cuerpo.
Sintió dolor en los pétalos que cubrían el poemario de su ombligo, donde llevaba escondido un secreto. En ningún momento se la oyó quejarse. Se levantó y se alisó con sus dedos, ensortijados de  humo, los inquietos pensamientos de su mente. Preguntó por “La eternidad se ha enamorado locamente del tiempo” que era la obra que buscaba. El librero lamentó que estuviese descatalogada. Para contentar a su buena clienta le dijo que en unos minutos pondría a su disposición un libro que llegaría a interesarle eternamente. La invitó a sentarse a la mesa con unos clientes amigos mientras él lo buscaba y sirvió té y tostadas con mermelada de manzanas del Árbol del bien y del mal. La Nada, que llevaba  tres siglos y tres segundos sin reír, soltó una carcajada cuando sintió que el librero, al irse, le había pellizcado con disimulo la parte menos espiritual de su trasero. Tomó asiento entre un trompetista mudo, que trabajaba en una editorial como deshuesador de frases medievales, y un recién llegado del siglo XV, que vestía la típica túnica de persona que cuando conversa con alguien no mira a los ojos sino al vacío.
El deshuesador anticipó a la Nada  que la obra que le mostraría el librero era un volumen encuadernado con piel humana. La piel había sido arrancada al  cadáver de un ex monje. Sus restos mortales fueron encontrados  cerca de un campo de fútbol. Los resultados de la autopsia revelaron que había fallecido  a consecuencia de un atracón de oraciones gramaticales.
El recién llegado del siglo XV, para no ser menos que el deshuesador, descubrió a la Nada que el librero compró la obra a buen  precio porque le faltaban todas las letras vocales. Según él, la Policía científica aún no había logrado encontrarlas. Ahora las buscaba por la zona de Nervión, donde solían reunirse, cada quince días, personas acostumbradas a vocalizar en demasía.
La Nada, cansada de tanto charlatán,  se interesó por la obra encuadernada en piel y por el nombre de su autor. Se lo dijeron. Ella se levantó y, desanimada, les contó que  la tenía. Al marcharse gritó: “Díganle al librero que me interesa la novela “El misterio” de Pepe Mel, pero en la versión portuguesa que ha hecho el lingüista José Mourinho, sin autorización de la editorial  Jirones de azul.”
La Nada hizo a pie el camino hasta su casa para estar en forma. Pensaba que no había resuelto el misterio.