jueves, 13 de octubre de 2011

Llegó a odiar a su padre

-¿Y cómo va a ordenar todo lo que hemos charlado?, comentó José María Gironella.
-Ya veremos, le dije.
-Creo que deberá tratar principalmente mi libro "Carta a mi padre muerto", puesto que para su presentación he venido a Sevilla.
-Tiene usted razón,  pero me ha parecido interesante lo que me contado  sobre la curación de su depresión mediante la acupuntura.
-Sí, puede ser  muy útil para los que sufran depresiones.
Gironella nació hace 61 años en Darnius (Gerona). Participó en la guerra civil en el bando de los vencedores, experiencia que le sirvió para escribir  “Los cipreses creen en Dios”,  “Un millón de muertos” y “Ha estallado la paz”. Por “Un hombre” ganó el Nadal de novela en 1946 y en 1971, el Planeta por “Condenados a vivir”.
-¿Ha leído alguien de su familia  “Carta a mi padre muerto”?
-Mi madre.

-¿Qué le ha parecido?
- Empezó a leerlo llorando y lo terminó llorando todavía más.
-¿Es muy anciana?
-Ha cumplido 86  años, pero tiene la cabeza más clara que yo, porque es de El Ampurdán, donde hay un viento, que se llama la tramontana, que despeja las nubes del cielo y, muchas veces, las nubes de la cabeza.
-¿Lloró de emoción?
-No. Es que mi madre está en contra de algunas cosas de tipo  muy  íntimo que relato en el libro.
-¿Por ejemplo?
- En la obra describo el choque que me produjo, siendo yo seminarista, el encontrar a mi padre encima de mi padre en la cama. Odié a mi padre durante una temporada, porque para mí era como si él hubiera cometido una violación con mi madre.
-¿Sigue enfadada con usted?
-Sí, porque, además, en la portada del libro aparece una foto grande mía y una foto, pequeña y cadavérica, de mi  padre con un clip en la frente. Esto ha sobrecogido a mi madre, porque ella pensaba que la foto grande debió ser la de mi padre y no  la mía. Me ha dicho que era falsear la realidad.
-¿Tiene razón?
-A lo mejor.
-¿Fue idea suya lo de la portada?
-No. Yo me limité a mandar a la editorial las dos fotos.
-¿Por qué la han hecho así?
-Creo que por un sentido comercial prefirieron dar en mayores proporciones mi foto. Parece que estoy muy "sexy" en la portada.
-¿De verdad que está usted  curado totalmente?
-¿Es que no lo ve? Me he curado para siempre. Incluso me ha desaparecido el miedo de que me vuelva la depresión...
-¿Le ha empobrecido la depresión?
-No. Ahora casi me alegro de haberla pasado, porque desde el punto de vista del escritor que soy, es un enriquecimiento fabuloso.
-¿Cómo era usted antes de la depresión?
-El ser más vital. Mi madre decía: "Cuando tú entras, entra la alegría en casa...". Y en el frente hacía reír a los soldados. Pero hace más de 15 años, después de escribir "Los cipreses creen en Dios", me entró una infinita tristeza, no se me apetecía nada, no quería a nadie.
-¿A cuántos  especialistas recurrió usted?
-Antes de ir peregrinando de psiquiatra en psiquiatra por toda Europa, en  España me sometieron a ocho "electrochoques". Te ponen  dos electrodos en las sienes; se produce una descarga eléctrica, entra un sueño profundo y profieres un  alarido inhumano que uno no oye.
-¿Cómo se notaba al despertar?
-Se tiene una sensación  placentera de relax pero en una semiinconsciencia.
-¿Y qué hacía usted después?
-Me ponía a escribir, sin darme cuenta, textos incoherentes y los tiraba a una papelera, pero mi mujer los rescataba. Llegué a escribir tres mil folios. Me los enseñó ella cuando ya estaba yo un poco  mejor.
-¿Qué contaba?
-Un mundo mágico. Ahora los estoy ordenando para publicarlos, porque puede ser un instrumento de trabajo para los psiquiatras. Desde entonces sostengo correspondencia con diez psiquiatras alemanes. Dicen ellos que nunca se había dado el caso de que un hombre, a la salida de un "electrochoque" se pusiera a escribir en esas circunstancias.
-¿Cuándo empezó a creer en la acupuntura?
-En 1967, cuando viajé a Asia. En Formosa vi curas sensacionales a través de las agujas, en compañía del misionero que fue mi guía.
-¿Quién le curó?
-Un  maestro acupuntor de Toulouse, que había vivido mucho tiempo en Asia. Con  sólo tres tandas de diez sesiones cada una noté que me  arrancaba de raíz algo que era el motor del mal.
-¿Qué sintió?
-Un  relajamiento extraordinario pero natural,  que no me habían podido dar los psiquiatras occidentales. ¿Qué pasa aquí?, me preguntaba yo. Sabía  que algo había cambiado en mí. Y para siempre.