Vivía en silla de ruedas o
conduciendo su coche, un Talbot 150 automático porque no podía andar.
Cuando conocí a Manuel García Rubio me contó que había hecho más de
200.000 kilómetros, la mitad de ellos viajando por Europa. Un día salió
de Marchena, en compañía de su sobrino Alfonso, con destino a Laponia
finlandesa y Cabo Norte de Noruega. En Múnich utilizó más la silla que
el coche porque allí tienen más en cuenta a los que no pueden andar. En
Rusia vio que todos los juguetes eran bélicos, así que compró para el
más pequeño de su familia un tanque y un avión. En un restaurante de
Moscú un camarero le puso debajo de la servilleta un papel que decía:
“Señor, ¿quiere cambiar dólares por rublos?” Después le escribió la
cotización oficial y la del mercado negro. El viajero dejó de saborear
el caviar, miró a su alrededor y vio a una joven a la que enseñó el
papel; ella asintió con la cabeza y él cambió
En Dinamarca se
sintió como en Sevilla. Conoció a una chavala a la que invitó a cenar
después de un largo paseo por Copenhague. Posó cerca de la Sirenita, a
la que prometió volver.