Un varón, con la cabeza afeitada y de unos
cuarenta años, entró apresuradamente en la catedral, donde todo era silencio y soledad.
Huía del Cobrador del Frac que venía
acompañado de dos boxeadores jubilados,
conocidos en el ámbito policial como los quebrantahuesos, Ciego de miedo no vio
al arzobispo que en esos momentos hacía footing en las naves del templo
catedralicio. Chocó violentamente con él y cayó sin sentido en el suelo. El
prelado se ajustó el solideo color violeta sobre la parte posterior de su
cabeza, se quitó el pulsómetro que llevaba debajo de los pectorales e intentó medir la frecuencia cardíaca
del hombre que
permanecía inconsciente y sin dejar de sangrar. En ese momento se presentó El Cobrador del Frac y con mucha ternura se
llevó en brazos al herido ayudado por
los quebrantahuesos, El arzobispo los bendijo y reanudó su practica
deportiva, convencido de que el hombre del frac era un empleado de la funeraria
más lujosa de la capital que estaba a dos pasos del templo catedralicio.