Jesús Hermida aparecía en TVE una
media de tres minutos diarios lo que le suponía unas seis horas de
trabajo. Cuidaba las tres últimas líneas de cada crónica, no el gesto
que era una cosa instintiva. Desde que llegó a Nueva York para hacerse
cargo de la corresponsalía del ente público sacaba tiempo para leer un
libro a la semana, oír el disco de moda, asistir al teatro cada siete
días, ver a sus hijos todas las tardes, llevarlos al cine los sábados y
salir a patinar con ellos los domingos. Todas las mañanas tenía un rato
de cháchara o de tertulia político-internacional en la ONU. Enseguida
advirtió que allí se ama más a los perros que en España, porque la
gente está más sola. Él se llevó al suyo, porque no quiso dejar parte
de la familia en nuestro país.
Conocí a Hermida cuando presentó su libro “El pueblo contra Richard Nixon”. Hacía menos de cuatro meses que el protagonista de su obra había dejado para siempre la Casa Blanca por el escándalo Watergate.
-¿Le has enviado un ejemplar?
-No se me había ocurrido. Se lo enviaré, pero no creo que le guste. El libro no es anti-Nixon, porque Nixon pasó. Es un canto a la democracia norteamericana.
Conocí a Hermida cuando presentó su libro “El pueblo contra Richard Nixon”. Hacía menos de cuatro meses que el protagonista de su obra había dejado para siempre la Casa Blanca por el escándalo Watergate.
-¿Le has enviado un ejemplar?
-No se me había ocurrido. Se lo enviaré, pero no creo que le guste. El libro no es anti-Nixon, porque Nixon pasó. Es un canto a la democracia norteamericana.