Verano de 1979. Debes tener una salud privilegiada, comento a Felipe González. “Sí, porque no llevo ningún tipo de régimen de comidas. Ni practico deporte. Cambio mucho de latitudes, de horarios. No descanso los fines de semana y todo lo sobrellevo con una salud física considerable, salvo la acidez de estómago que tengo con mucha frecuencia, pero que no me estropea el carácter”.
-En nuestro país nunca se habla de la salud de los políticos.
-Afortunadamente a España no ha llegado todavía eso. Pero en otros países, con democracias consolidadas, piden al político que sea un poco como un robot; es decir, que no sea imprevisible en nada y que, como los corredores de fondo, tengan una regularidad
(Verano de 2014. El ex presidente de Gobierno quizá emprenda acciones judiciales contra los que, faltando a la verdad, han difundido en varias publicaciones que padece la enfermedad de Parkinson.)
Aquel verano de 1979 yo desconocía en qué trabajaba la esposa de Felipe. Sentí curiosidad por saberlo y él se dirigió a ella con la mirada y le dijo: “Carmen, ¿qué eres, profesora agregada de Instituto?”. “Sí”, contestó. Y surgió el tema del dinero. El líder socialista ganaba entonces su sueldo de parlamentario, menos el descuento que ingresaba en el partido. En total, casi el doble que su mujer.
-Pero hubo un tiempo en que Carmen ingresaba más dinero en casa que yo, circunstancia que considero paradójica.