viernes, 7 de marzo de 2014

Cuando el periódico era una gran familia (2)

Caras sonrientes del personal de talleres. Momentos antes alguien había contado lo que le había ocurido a su hijo cuando se fue a la “mili”. El padre pidió al veterano redactor don Antonio Rubio, hombre de reconocidas amistades militares, que procurara que su hijo hiciese la “mili” en Sevilla. Don Antonio le contestó que no se precupara, que él lo recomendaría. Así lo hizo y el soldado fue destinado como submarinista a La Coruña.
En el centro de la primera fila aparece “Mister coma”. Así llamaban
cariñosamente a José Navarro Ruiz, minucioso  corrector de erratas
de El Correo. Ganaba 240 pesetas diarias. Perdía vista. Entró
con una visión extraordinaria y ya había cambiado tres veces de gafas.
En su colección particular de gazapos figuran los siguientes:
“La novia lucía un bello traje de loca”, en vez de cola. “Ha llegado
a nuestro puerto un barco procedente de Cortegana” era Cartagena.
  Otro barco, que se llamaba “Castillo Aulencia, traía carbones
asturianos, pero en la palabra carbones se desorientó
una letra y no dio con su sitio. “Solemnes cultos en la parroquia de…”
Una t se ausentó de la frase y se armó la de Dios.
Don José Montoto vivía en los altos de El Correo, en Albareda 17. Una tarde,  Antonio Salud y dos compañeros subieron a la azotea del edificio y se encontraron al director tomando el sol. No llegaron a saludarlo porque estaba como su madre lo trajo al mundo. Ante tanta espontaneidad corporal, los intrusos se acordaron de la creación del hombre, según cuenta la Biblia, y regresaron a sus puestos de trabajo.
El día que Montoto se jubiló lucía un buen traje. Le pregunté cómo clasificaba a las personas y me dijo lo que sigue:
-En tres apartados: Las que sonríen siempre y se enfadan muy poco; las que se enfadan siempre y no se ríen nunca y, por último, las que no se enfadan ni se ríen. Estas últimas ya son de cuidado.
-¿Y usted?
-Mi característica es el desenfado honrado.
Era el 15 de octubre de 1967. Don José había dirigido El Correo 33 años justos. Vivió jornadas de entusiasmo y jornadas de desánimo completo, pero siempre enamorado de su oficio.
-¿El vocablo del que más desconfía?
-“Dicen…” Es la palabra más infundiosa y trapisondista.
-¿La expresión que menos le gusta?
-“El fiscal dio lectura a un documento de 22.000 palabras”. Lo importante no es contar palabras sino razones.
Dos días después de esta breve conversación fue nombrado director en funciones de El Correo un periodista de 35 años, de Aguadulce, llamado Rafael González. Se había formado en la Escuela de Periodismo de la Iglesia y había dirigido varias publicaciones de Acción Católica. Era hijo de un guardia civil. El padre de José Maria Javierre también lo fue. Un periódico de la tarde, el “Pueblo”,  publicó que González sería el revulsivo de la prensa sevillana de la mañana, a la que calificaba de un poco decimonónica, excluyente, inmovilista y servidora de viejas aspiraciones.
Llevaba en el cargo González un año y dos meses cuando El Correo fue multado con 50.000 pesetas por publicar una entrevista con el ex catedrático de la Universidad de Sevilla Agustín García Calvo. Según el Tribunal Supremo en la entrevista se atacaba los principios fundamentales del Régimen e incluso del Estado.
El Consejo de Administración del periódico comenzó a preocuparse.