Don José Montoto
vivía en los altos de El Correo, en Albareda 17. Una tarde, Antonio Salud y dos compañeros subieron a la azotea del edificio y se
encontraron al director tomando el sol. No llegaron a saludarlo porque
estaba como su madre lo trajo al mundo. Ante tanta espontaneidad
corporal, los intrusos se acordaron de la creación del hombre, según
cuenta la Biblia, y regresaron a sus puestos de trabajo.
El día que Montoto se jubiló lucía un buen traje. Le pregunté cómo clasificaba a las personas y me dijo lo que sigue:
-En tres apartados: Las que sonríen siempre y se enfadan muy poco; las que se enfadan siempre y no se ríen nunca y, por último, las que no se enfadan ni se ríen. Estas últimas ya son de cuidado.
-¿Y usted?
-Mi característica es el desenfado honrado.
Era el 15 de octubre de 1967. Don José había dirigido El Correo 33 años justos. Vivió jornadas de entusiasmo y jornadas de desánimo completo, pero siempre enamorado de su oficio.
-¿El vocablo del que más desconfía?
-“Dicen…” Es la palabra más infundiosa y trapisondista.
-¿La expresión que menos le gusta?
-“El fiscal dio lectura a un documento de 22.000 palabras”. Lo importante no es contar palabras sino razones.
Dos días después de esta breve conversación fue nombrado director en funciones de El Correo un periodista de 35 años, de Aguadulce, llamado Rafael González. Se había formado en la Escuela de Periodismo de la Iglesia y había dirigido varias publicaciones de Acción Católica. Era hijo de un guardia civil. El padre de José Maria Javierre también lo fue. Un periódico de la tarde, el “Pueblo”, publicó que González sería el revulsivo de la prensa sevillana de la mañana, a la que calificaba de un poco decimonónica, excluyente, inmovilista y servidora de viejas aspiraciones.
Llevaba en el cargo González un año y dos meses cuando El Correo fue multado con 50.000 pesetas por publicar una entrevista con el ex catedrático de la Universidad de Sevilla Agustín García Calvo. Según el Tribunal Supremo en la entrevista se atacaba los principios fundamentales del Régimen e incluso del Estado.
El Consejo de Administración del periódico comenzó a preocuparse.
El día que Montoto se jubiló lucía un buen traje. Le pregunté cómo clasificaba a las personas y me dijo lo que sigue:
-En tres apartados: Las que sonríen siempre y se enfadan muy poco; las que se enfadan siempre y no se ríen nunca y, por último, las que no se enfadan ni se ríen. Estas últimas ya son de cuidado.
-¿Y usted?
-Mi característica es el desenfado honrado.
Era el 15 de octubre de 1967. Don José había dirigido El Correo 33 años justos. Vivió jornadas de entusiasmo y jornadas de desánimo completo, pero siempre enamorado de su oficio.
-¿El vocablo del que más desconfía?
-“Dicen…” Es la palabra más infundiosa y trapisondista.
-¿La expresión que menos le gusta?
-“El fiscal dio lectura a un documento de 22.000 palabras”. Lo importante no es contar palabras sino razones.
Dos días después de esta breve conversación fue nombrado director en funciones de El Correo un periodista de 35 años, de Aguadulce, llamado Rafael González. Se había formado en la Escuela de Periodismo de la Iglesia y había dirigido varias publicaciones de Acción Católica. Era hijo de un guardia civil. El padre de José Maria Javierre también lo fue. Un periódico de la tarde, el “Pueblo”, publicó que González sería el revulsivo de la prensa sevillana de la mañana, a la que calificaba de un poco decimonónica, excluyente, inmovilista y servidora de viejas aspiraciones.
Llevaba en el cargo González un año y dos meses cuando El Correo fue multado con 50.000 pesetas por publicar una entrevista con el ex catedrático de la Universidad de Sevilla Agustín García Calvo. Según el Tribunal Supremo en la entrevista se atacaba los principios fundamentales del Régimen e incluso del Estado.
El Consejo de Administración del periódico comenzó a preocuparse.