sábado, 1 de febrero de 2014

Los clavos de gelatina, la casa ducal y el impostor

Llueve en la estación. Hay un poeta leyendo. Se le mojan dos estrofas. Nadie le ofrece cobijo. Paraguas negros lastiman la espalda de sus versos El hombre llegó malherido de muy lejos. Pasa por su lado alguien que quiere crucificarse mañana porque ya no le quedan recuerdos que sepan a chocolate. El poeta le ofrece clavos de gelatina que harán más dulce su muerte. 

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Taller de Marmolejo donado al Museo de Artes
y Costumbres Populares de Sevilla

Los “Trofeos Ciudad de Sevilla” salían del taller de Fernando Marmolejo, que estaba en la calle Baños, a hombros de sus hijos y de sus oficiales. Paseaban lentamente la pieza de plata por Campana y Sierpes hasta el Ayuntamiento como si fueran custodias laicas, dice el artista. Le esperaba el alcalde a quien entregaba el trofeo como se hacía en la Florencia del siglo XVI: depositando las grandes piezas en la casa ducal después de un recorrido a hombros desde el lugar donde habían sido realizadas.

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Encontrar a un niño de tres años  con un libro en las manos  no es un hallazgo fácil. Si le preguntas ¿qué haces? y no te responde es que está muy concentrado. Hay que aprovecharse de la situación, hay que asaltar su intimidad. Lo fotografío. Él ha salido muy bien y también la portada del libro que se  titula “La comunicación no verbal”. A este paso puedo lograr que el niño hable por señas y me cuente con la mirada y con las manos quién le ha puesto en contacto con la obra que aparentemente lee. ¿Qué  hará con sus pensamientos este pequeño impostor? Quizá se sentía autorizado a cumplir una importante misión: distribuir las letras del libro en dos cucuruchos de papel. Uno para jugar y el otro para los pájaros que se comen la comida de  su perro.