domingo, 16 de febrero de 2014

Aquellos extraños días del actual ministro de Justicia

La mujer, recién salida de la edad fértil, sintió una contracción cerca de la ingle izquierda. Era el cotidiano calambre que la obligaba a pararse. Se detuvo ante el escaparate de un establecimiento de moda. Creyó ver a un obispo detrás del cristal. Brotaba humo de sus axilas, que ella calificó de litúrgicas. Aspiró por la nariz. Sin duda, el humo era incienso. Se santiguó.
El obispo tenía en sus manos un periódico amarillento. Tenía unas letras tan grandes que la mujer pudo leer: “El alcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardón ha comprado 15.000 pastillas para el día después. Se dispensarán  gratuitamente a todas las adolescentes que las pidan, incluidas las menores de 16 años, vayan o no acompañadas por sus padres. Cada comprimido cuesta 20 euros”. A la señora no le salía la multiplicación. Prefirió seguir su camino. Se alejó sin  saber que el dolor del calambre le había impedido advertir que era un maniquí con ropas episcopales. Ella jamás sabría que el día después el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, tomó una decisión:  Emisarios suyos visitaron el establecimiento para recibir  la bendición del prelado del escaparte y, de paso, colgar el cartel de “Cerrado por obra” porque la empresa era partidaria de la interrupción voluntaria de las vacaciones del personal femenino.