miércoles, 22 de enero de 2014

Le relacionaban más con el bisturí que con la política

Diego de los Santos era entonces profesor titular de Universidad en la Facultad de Medicina de Sevilla, donde impartía clases y dirigía dos equipos de investigación que realizaban trabajos experimentales sobre trasplantes de páncreas en perros. En el Virgen del Rocío enseñaba a un grupo de sexto curso. Tenía 49 años y pesaba 78 kilos. Había comenzado a hacer gimnasia porque su hijo Diego, que hacía Biológicas, le regaló unos instrumentos  para hacer ejercicios de remo, con los primeros ingresos que había obtenido  con un pequeño negocio. Los otros hermanos, sin negocios, eran Pablo que hacía Derecho y Sandra que estaba en el Instituto.
-¿En cual de tus hijos te ves reflejado?
-En ninguno de los tres. Son muy suyos y esto es quizá mi mayor alegría. Ellos relativizan el sentido del deber. Es una conquista. Yo tengo un sentido del deber muy de mi generación y mi padre todavía  lo tenía más, porque es de otra generación más dura.
-¿Qué edad tiene tu padre?
-Ochenta años. También es médico, pero cuando se jubiló  empezó enseguida a padecer demencia senil.
-¿Sufres con él?
-Mucho. Y él también, porque mi padre tenía miedo a la indignidad, como lo tengo yo. Se da cuenta de que está en una situación indigna físicamente, en la que no puede valerse por sí mismo. 

-¿Hay solución?
-Creo que la muerte es una solución muy digna y muy correcta.
En aquello años Diego de los Santos era presidente del Partido Andalucista. Los que le conocían le relacionaban más con el bisturí que con la política. A preguntas del periodista comparó a Rafael Escuredo con el templo de la Sagrada Familia: muy bonito, pero es todo fachada. José Rodríguez de la Borbolla era como un gobernador civil medianamente cualificado. Julio Anguita, una pompa de jabón. Así le llamaba Santiago Carrillo. Hernández Mancha constituía la suma de las contradicciones por ser un extremeño que desde Alianza Popular jugaba al andalucismo. Le producía tristeza la gracia que hizo Alfonso Guerra en la Diputación de Sevilla durante el acto de investidura de Rafael Escuredo cuando sustituyó a Fernández Viagas como presidente preautonómico. Los socialistas asistentes al acto se rieron con un papelito que se pasaban, en el que estaba escrita esta pregunta: “¿Cómo estás de güisqui, Rafa?”.
 (Esta conversación tuvo lugar a mitad de los ochenta. Contó Diego de los Santos que le
gustaba operar con música ambiental; que en el quirófano las mujeres son más seguras que los hombres, tienen más entereza, ellos son muy dubitativos, necesitan más protección. Confesó que su  integración con el enfermo era total y entonces resultaba  que sufría constantemente. Su familia, que es lo más importante para él, lo sabía, pero no lo podía remediar).