miércoles, 13 de noviembre de 2013

Del gallinero a la Ciudad Eterna

Los superiores de la Orden capuchina enviaron al joven fray Andrés de Málaga a Roma, por sus cualidades intelectuales, para que allí estudiara Teología. Entró en la Ciudad eterna tosiendo, porque el barco que lo traía de España no se acercó hasta el muelle, y los viajeros tuvieron que montarse en unas barquillas y soportar el frío que soplaba de los Alpes. Contrajo neumonía y permaneció tres meses en cama por orden del médico que había tratado al padre Pío de Pietrelcina, el famoso capuchino de las llagas. Juan Pablo II hizo santo al padre Pio, pero Juan XXIII escribió muchos años antes, en su diario, que falsificó los milagros y tuvo relaciones íntimas con las mujeres que formaban su guardia pretoriana.

Fray Andres no era como el padre Pio. Nació en Málaga, en la casa de sus padres,  donde ya se  había metido ese olor limpio de la pobreza. Antes, el hogar olía a uvas pasas, porque el jefe de familia era un agricultor dedicado al cultivo de las viñas. Tenía cinco hermanos. De cuatro de ellos se hicieron cargo unos parientes cuando falleció su padre de pulmonía y la madre de un cáncer de útero. Su hermana y él fueron acogidos en un establecimiento de caridad. Al cumplir trece años, ingresó en el seminario capuchino de Antequera.

La mañana más triste de su vida fue la del día que el padre superior dijo, en presencia de otros jóvenes frailes que estaban alrededor del brocal de un pozo del convento: Fray Andrés de Málaga se va a encargar del gallinero. 
Él, que acababa de cursar dos años de Filosofía, se abrazó a la cruz y desde entonces, día y noche, pensaba en las gallinas. Apuntaba todo: los huevos que ponían, los kilos de afrecho que consumían, el tiempo de incubación… Y llegó la hora venturosa de marcharse a Roma. Allí permaneció seis largos años. La víspera de regresar a nuestro país preguntó al guarda del puerto italiano por el barco que partía para España. “Aquel, el Cittá de Bengazi, le dijo". Al ver el hombre la cara de disgusto del fraile, le comentó: “Padre, es que como puede ser bombardeado, la compañía naviera ha estimado que no debe poner en peligro un barco mejor”. Falleció en Sevilla el 16 de mayo de 1994.

(En la foto aparecen fray Diego de Guadix y fray Bernardo de Pilas. Los dos conocieron bien al capuchino que voló del gallinero a la Ciudad eterna).