viernes, 2 de agosto de 2013

Ni un borrico sano

Aporrearon la puerta del despacho del entonces teniente fiscal de la Audiencia Territorial de Sevilla, don Alfredo Flores. “Pasen” dijo. Y entraron diez gitanas.
-¿Qué desean ustedes? preguntó muy extrañado.
-Tenemos a dos de nuestros hombres en la cárcel de Sevilla.
-¿Por qué?
-Porque han robado caballos y burros.
-¿Cómo se apellidan?
-Flores.
-¿Están cumpliendo condena?
-Sí, ya los condenaron.
-Pues no sé nada de lo que me cuentan.
-A nosotras nos han dicho que sí.
-Están equivocadas. No he llevado este asunto. Y no me explico por qué han venido a mi despacho.
-Porque en la cárcel nos han dicho que viniéramos a la Audiencia y que habláramos con uno de barbas, porque era una de las pocas personas de la que uno se puede fiar en este lugar.
En ese momento entró en el despacho una secretaria y dijo al teniente fiscal: “Señor Flores, que no se olvide de llamar a su casa”.
Al darse cuenta las gitanas que el de la barba se apellidaba Flores, como sus dos familiares encarcelados, no pudieron reprimirse:
-Pero, primo, ¿no vas a hacer nada por tus parientes?
-No puedo hacerlo, porque no habéis dejado un borrico sano en la provincia de Sevilla.