sábado, 30 de marzo de 2013

De verde y oro

Rafael de Paula entró vestido de luces en una Comisaría de Policía de Valladolid en compañía de dos agentes del orden. Venía de la plaza de toros, donde se había negado a matar un cornúpeta que no veía por el ojo derecho. El presidente de la corrida le hizo saber que estaba provocando al público y que tenía que acabar con el animal como fuera. 
El le contestó que cuando un toro sale con un defecto como ese, debe ser devuelto a los corrales, según el reglamento taurino. Aquella tarde Rafael de Paula iba vestido de verde y oro. Es un traje que no le trae suerte, porque cuando lo estrenó en Bilbao las cosas no le salieron bien. 
 ─¿A quién piensas regalárselo? 
─No quiero regalar ni prestar mi mala suerte a nadie, porque se pueden contagiar. ─¿A cuántos toros has perdonado la vida?
 ─A dos. El de Valladolid y otro en Barcelona, porque ya estaba toreado y parecía un búfalo. 
(Su ambición como torero era más grande que su cuenta corriente. Entonces tenía lo justo para que su mujer y sus tres hijos vivieran desahogadamente. Se retiraría el día que le cuajara un toro en la Real Maestranza).
─¿Sufrías cuando veías desde el ruedo a tus hijos sentados en barrera? 
─Mis hijos han estado sentados en la grada, pero sufría cuando sabía que me están viendo torear.