lunes, 4 de febrero de 2013

Un cura sincerote

Imagen tomada
del Archivo de ABC.
  
Todavía no era sacerdote cuando Federico Pérez Estudillo se hizo socio del Sevilla. Era el año 1930. El primer partido que vio lo recordaba con alegría, porque los blancos ganaron al Oviedo por cuatro a cero. También se llevó un gran susto cuando, durante el encuentro, el delantero centro Guillermo Campanal golpeó involuntariamente en la cara al portero ovetense. Éste fue retirado del campo con el rostro ensangrentado e inconsciente.
Después supo Pérez Estudillo lo que ocurrió en la enfermería. El jugador continuaba sin recobrar el conocimiento. Entró el entonces médico del Sevilla, don Antonio Leal Graciani. Levantó el párpado de uno de los ojos del portero resinado y dijo con gran desolación a los directivos del Oviedo:
─Este muchacho se ha muerto.
Y ocurrió lo que desconcertó al doctor Leal: oyó risas de los mencionados directivos.

─No se rían ustedes. Les vuelvo  a decir que está muerto.
Uno de ellos se dirigió con cariño al médico:
─Perdone, don Antonio, este jugador no está muerto. Es que tiene un ojo de cristal y usted le ha levantado precisamente el párpado de ese ojo.
─Tiene razón. Sólo descubrí un ojo muerto.
Cuando Federico Pérez Estudillo era Capellán Real vivía  en una casa de la calle Arfe para estar más cerca de la Iglesia Catedral. Se la vendió un amigo suyo, el torero Pepín Martín Vázquez, por tres millones y medio de pesetas. Desayunaba en un bar de la calle San Pablo, que era de Doménech, el antiguo jugador del Sevilla, y de un bético. Casi todos los días comía en Trifón a base de dos tapas y un vaso de vino, porque en su casa no tenía cocina. La sotana que vestía le duraba seis o siete años, porque decía que estas prendas eran muy caras. Se la quitaba al atardecer, porque su  barrio era frecuentado por muchos drogadictos de otras latitudes que se metían con él  y como no se callaba…
A los treinta y cinco años de sacerdocio seguía sin rezar por los béticos porque era superior a sus fuerzas.