Aquella especie de ciudad que era la
fábrica de “Hytasa” con cuatro muros le hizo sentir que entraba en algo
que no tenía salida. Salvador Távora había cumplido, días antes,
catorce años. Entró en el taller mecánico como aprendiz.
Él venía del cariño de su familia y del afecto del profesor del colegio. Ahora, con setenta y siete años, sigue aprendiendo a vivir.
-¿Aman tus hijas todo lo que amas tú?
-Sí.Aman a su clase, que es la de su padre, es decir, la clase trabajadora y aman a su tierra, que es Andalucía.
-¿A qué aspiran?
-A lo mismo que aspiro yo: a ayudar a hacer un entorno de vida donde sea posible la realización de la persona sin imposiciones que mutilen sus deseos.
Él venía del cariño de su familia y del afecto del profesor del colegio. Ahora, con setenta y siete años, sigue aprendiendo a vivir.
-¿Aman tus hijas todo lo que amas tú?
-Sí.Aman a su clase, que es la de su padre, es decir, la clase trabajadora y aman a su tierra, que es Andalucía.
-¿A qué aspiran?
-A lo mismo que aspiro yo: a ayudar a hacer un entorno de vida donde sea posible la realización de la persona sin imposiciones que mutilen sus deseos.
-¿De qué duda el andaluz?
-De su futuro. Toda la
capacidad que tiene el andaluz para asumir su historia, se debilita
ante lo que puede venir. En su subconsciente funcionan muchos factores
sociales que han hecho de él un hombre razonablemente desconfiado.
(En
sus muchas giras teatrales por Europa y América Salvador Távora
siempre se ha buscado una hora para andar solo por cualquier calle
desconocida del mundo. En más de una ocasión se ha sentido tan
angustiado que pensaba que se moría de repente. Automáticamente se
echaba mano a la cartera para comprobar si tenía en regla el seguro de
defunción porque le preocupaba que el traslado de su cadáver a Sevilla
no fuera tarea fácil. Salía de la angustia cantando una seguirilla).
-¿Por cuál de tus obras no pasan los años?
-Por “Quejío”, que es un llamamiento a la unidad tan necesaria hoy día.