lunes, 25 de junio de 2012

Políticos y periodistas, un matrimonio de conveniencia muchas veces

De izquierda a derecha: Juan Manuel Domínguez,
Estrella Ruano, Maricruz Vargas, Esteban López Escobar,
Pepe Villa y un servidor.
Manuel Clavero ha venido, aunque a esa misma hora se bautizaba un nieto. ¡Qué detalle! También están Manuel Olivencia y Carrillo Salcedo. Fueron nuestros catedráticos.
Camino del Alfonso XIII donde los de la promoción de Derecho 1962 nos reunimos para celebrar  el acontecimiento, resultaba extraño que el paso del tiempo obligara a presentarnos, como si no hubiera existido la entrañable convivencia de los cinco años de carrera... La próxima vez deberíamos traer una foto  personal de los años juveniles para identificarnos. Esteban López Escobar y yo no nos poníamos cara. El es catedrático de la Universidad de Navarra y periodista.
-Dime, Esteban, ¿pescas en las redes sociales?
-Eso es un reto para los años que me queden por delante. Soy un usuario constante de Internet. Pero tengo pendiente aceptar muchas invitaciones para ser miembro de todo derecho de algunas redes.
-¿Por cautela?
- No sé si tengo un exceso de cautela en este punto, pero el tiempo es el tiempo, y a uno de faltan las horas para terminar diálogos emprendidos con interlocutores de un enorme interés.
-¿Lo más profundo y lo más trivial  que enseñaste como catedrático de Opinión Pública en la Universidad de Navarra a las muchas generaciones de periodistas que pasaron por tu aula?
-Siempre me ha gustado decir las cosas profundas con historias o imágenes aparentemente triviales.

-¿Por ejemplo?
-He usado con frecuencia una máxima que está en el dintel del aula magna de la Universidad de Upsala: "Pensar con libertad es una cosa buena; pero pensar bien es algo mejor"; y al mismo tiempo  he comentado una pintada en un bar de Austin (Texas), en el lindero del campus: "Stop thinking, start drinking" (Deja de pensar; y comienza a beber). Lo he propuesto como una elección, y he dicho que personalmente me inclino por lo que escuché, a través de la ventana abierta de un coche, en uno de mis paseos urbanos: "Cierra los ojos. Párate a pensar"; así decía la letra de una canción de moda.
-Los pintores retrataban a Napoleón, que medía 1,64, como si su altura fuera de 1,84. Esto me induce a preguntarte cómo perciben los periodistas a los políticos.
-Muchas veces como la otra parte de un matrimonio de conveniencia.
-¿Y los políticos a los periodistas?
-Lo mismo.
-¿Que destacarías de tus años en la Facultad de Derecho de Sevilla?
-Primero: el descubrimiento del pudor que sentían mis compañeros con referencia al trabajo; estudiaban de firme, pero nunca se vanagloriaban de ello; al revés, le quitaban importancia: “las horas de estudio se convertían en una 'miajilla' de trabajo”. Segundo, la calidad del profesorado que tuvimos.
-¿Y tercero?
-La sorpresa con la que me encontré cuando, al llegar, ví que se estaban poniendo -allí y entonces- las bases para una serie de cambios que vinieron más tarde. Desde la base comenzaba a surgir la transformación del SEU, el sindicato de los estudiantes universitarios, al que se pertenecía obligatoriamente y que, hasta entonces, resultaba un asunto marginal para muchos de nosotros.
-¿Cuando dirigiste la revista "Nuestro Tiempo" tuviste problemas con las autoridades del Ministerio de Información y Turismo?
-No, entonces las cosas de la prensa eran ya distintas. Los problemas los tuve -los tuvimos- cuando iniciamos "Gaceta Universitaria", que -originalmente- fue una revista de información universitaria que censuraban en Madrid, y nos quitaban un porcentaje grande del texto.
-¿Salzburgo es un lugar hecho para quedarse?
-Algo de mí se quedó por allá. Fui a una de las sesiones del Salzburg Seminar en septiembre de 1979. En una atmósfera muy internacional discutimos sobre la comunicación durante dos semanas. Al final, mientras contemplaba el lago del palacio, sentado junto a la puerta del embarcadero que se usó en "Sonrisas y lágrimas" para rodar la escena en que el conde Von Trapp se declara a la institutriz de sus hijos, escribí un poema que luego he leído en dos ocasiones al despedir a mis estudiantes. Es un poema modesto, que cierra el libro de Robert Graff en que se narran aquellas experiencias, y termina con una alusión a mi permanente 'nostalgia del futuro'. Lo leí, a la luz de las velas, en el bello comedor del Schloss Leopoldskron, en la cena de despedida de aquel seminario.