lunes, 11 de junio de 2012

Costumbres nocturnas de un presidente de la Junta de Andalucía

“Elisa, cuando yo haya fallecido, tienes que dirigirte a don… que es el habilitado de los juzgados. Tranquilízate, Elisa; no habrá problemas. Te van a quedar al mes…”
Así comenzaba el testamento ológrafo que hizo en 1963 Plácido Fernández Viagas cuando era magistrado en Cádiz, padre de diez hijos y sabedor de que si moría dejaba a la familia en la indigencia.
Hasta 1983, año en que falleció, no supo su hijo Plácido que su padre acostumbraba a hacer casi todos los años testamento ológrafo. Después de leer varios, descubrió que eran pretextos para escribir en secreto cartas de amor a su madre.
-¿Supo elegir esposa?
-Fenomenalmente. Cualquier otra mujer no le hubiera aguantado, porque era muy moro sin necesitarlo. Mi madre era la castellana típica, paciente, resistente y siempre en el hogar a pesar de tener estudios. Él era muy honesto consigo mismo y con los demás. Siempre iba por las claras, por derecho, cosa que le perjudicaba a veces. No tenía capacidad de engaño. En ocasiones era irónico y en otras, atormentado.
-¿Una costumbre de tu padre?
-A altas horas de la noche nos apretaba con dos dedos la nariz hasta que nos quejábamos. Esto le tranquilizaba porque era señal de que estábamos vivos. Antes había revisado los interruptores de la luz, el cerrojo de la puerta y las ventanas. A veces los mayores, cuando estábamos despiertos, aguantábamos hasta el máximo el apretón de sus dedos en la nariz para que pensara que no estábamos vivos. Se ponía nervioso y no paraba hasta que se daba cuenta de que todavía respirábamos.

-¿Era supersticioso?
-Mucho. Siempre llevaba en su coche un juguete que representaba una cigüeña pequeñita que en el pico tenía un niño. El niño de vez en cuando se despegaba y se caía. Entonces mi padre empezaba a buscarlo y cuando no lo encontraba se ponía histérico y todos los hijos nos metíamos en el coche hasta que encontrábamos al niño.
-¿Algo inconcebible cuando ejerció la judicatura?
-Siendo juez de Santa Cruz de la Palma en 1958, la Policía Militar detuvo a dos soldados y a otro joven que no era soldado porque se estaban divirtiendo bastante después de haber tomado más de dos copas. Los tres fueron a parar a los calabozos militares. Al enterarse la familia de la detención del joven, acudió al juez que era mi padre. Y él mandó a dos guardias civiles a las instalaciones militares a recuperar al joven.
-¿Lo consiguieron?
-Sí, pero entonces se formó en la isla una tensión tan enorme que tuvieron que refugiarse en el Juzgado de Primera Instancia mi padre, el notario del pueblo, el registrador de la propiedad, el secretario del juzgado y el chico que había sido rescatado.
-¿Qué temían?
-Al enterarse ellos que los militares habían entregado sorpresivamente al joven a la guardia civil, temían que la máxima autoridad militar de la isla, que era un coronel, mandara sus fuerzas para recuperarlo. Permanecieron encerrados cuarenta y ocho horas.
-¿Cómo se comportó el pueblo?
-Todos sus habitantes defendieron prácticamente a la autoridad judicial frente a la autoridad militar. Aquello era inconcebible. Los refugiados recibieron hasta provisiones de los vecinos.
-¿Le ocurrió algo a tu padre?
-Nada.
-¿Al coronel?
-Fue destituido.
(Una tarde Plácido Fernández Viagas, que muchos años después sería el primer presidente de la Junta de Andalucía, se sentó en una cafetería lujosa de Melilla. Cuando llevaba una hora escribiendo, se le acercó un camarero para decirle educadamente que dejara libre la mesa porque estaba a punto de llegar un alto jefe militar que la tenía reservada. No pregunté a su hijo Plácido si su padre siguió las indicaciones del camarero.)