miércoles, 2 de mayo de 2012

“Nadie se pone voluntariamente una mordaza”

En la primavera del año 75, el Tribunal de Orden Público ordenó el encarcelamiento de Federico Villagrán por haber publicado "El Correo", a toda plana, que habían llegado unos nueve mil "marines" a la base naval de Rota. .Como subtítulo se decía “¿Destino Portugal?
-Noticia cierta, compañero.
-Rigurosamente cierta. La llegada de tantos “marines” era inhabitual. Vivíamos entonces el Portugal del 25 de Abril. Nixon ocupaba la Casa Blanca y "El Correo" estaba en el punto de mira del Ministerio de Información, y yo, naturalmente, como director y tú y otros más.
-¿A qué respondía tu encarcelamiento?
-A las ganas que nos tenía el Ministerio de Información y a la necesidad del ministro León Herrera, que había sucedido a Pío Cabanillas, de mostrar a Franco la contundencia de la fraguiana Ley de Prensa, ya que seguía habiendo en el Consejo de Ministros gente que dudaba de su efectividad en defensa del Régimen.
-Se habló entonces de que iban a cerrar el periódico.
-Si el ministro León Herrera no dio la orden de cierre de “El Correo” era porque el propio Franco ya les había advertido que "al Correo del cardenal (Bueno Monreal) no lo toquen". Alguien que entendí totalmente fiable, pero que mi memoria de anciano no recuerda, me refirió, durante mi etapa profesional en Caracas, lo que ahora por vez primera relato.

-¿Qué pensaba Franco sobre Rota?
-Me consta que tenía mala conciencia por haber creado en Rota casi un nuevo Gibraltar.
-¿Quién te lo contó?
-Florentino Soria, hombre muy ligado al Ministerio de Información y al mundo del cine. Entonces era redactor jefe de "El Español" y, mucho después, director de la Filmoteca Nacional.
-¿Si pudieras hojear un periódico de aquellos años, en qué página te detendrías más?
-En la tercera de “El Correo”, que me hace pensar con cariño en Isidoro Moreno, José Rodríguez de la Borbolla, Tomás Iglesias, José Luís López, Manuel Ruiz Alarcón y Joaquín Estefanía.
-El día del homenaje la emoción pudo contigo cuando te dirigiste a la concurrencia.
-Hasta el punto de que no agradecí a la asociación “Memoria, Libertad y Cultura Democrática” la distinción con la que me honraban. También me olvidé de recordar a tantos y tantos periodistas con mordaza que en el mundo son y han sido, porque nadie se pone voluntariamente una mordaza.
-¿Qué edad tenías tú cuando se suicidó Hitler?
-Catorce años.
-Entonces ayer uno de los dos se equivocó. En mi blog salió que los técnicos alemanes habían venido a Madrid para presenciar las pruebas del “Cetme” para después contárselo al Führer.
-¡Hitler llevaba ya años muerto! Vinieron para luego informar a las autoridades de la Alemania Federal.
-¿Te puedo preguntar dónde te detuvieron antes de ir a la cárcel?
-En mi casa. Y me llevaron a La Gavidia, donde pasé una noche infernal en los calabozos. Apenas sin luz, en un espacio exiguo y una colchoneta muy sucia con parásitos y cucarachas encima y debajo de mi cuerpo.
Al día siguiente Villagrán fue conducido directamente desde la Jefatura Superior de Policia hasta el centro penitenciario. El vehículo celular paró antes en el Palacio de Justicia en razón de otros detenidos que llevaba. En aquel momento el periodista ni evacuó diligencia alguna en dicho lugar ni compareció ante ninguna autoridad judicial. Al llegar a la cárcel cumplió con los trámites reglamentarios.
-Entregué el cinturón y hasta los cordones de los zapatos para que no me suicidara. Y me quedé a solas en una celda. Oí el cierre de la mirilla de la puerta y el sonido de los pestillos y cerrojos. Era la soledad total, el vacío entre aquellas cuatro paredes con sólo un ventanuco enrejado que daba un patio sin un alma, sin nada vivo salvo algunos gorriones en el cielo a los que envidié su libertad.
Unos minutos después de sentirse tan solo, el director de “El Correo” escuchó que alguien pronunciaba su apellido sigilosamente: "Oiga, señor Villagrán, soy un funcionario de Prisiones pero también soy Testigo de Jehová. Cualquier cosa que necesite pídamela usted. Me han encargado que le entregue este paquete”. El preso pensó: “¿Qué será esto?¿Acaso una trampa de la Policía o de los carceleros?”. Cogió el envoltorio a través del ventanuco enrejado de la celda, lo puso sobre el camastro y lo abrió.
-¿Qué te encontraste?
-Cepillo de dientes, un tubo de pasta, rollo de papel higiénico, maquinilla de afeitar, cuchillas, brocha, jabón de afeitar, toalla, pastilla de jabón, peine y unas líneas escritas en una cuartilla que decían: "Señor Villagran, le enviamos lo que creemos es para usted más urgente. Ánimo, que esto no es tan malo como al principio siempre parece. Ya nos veremos cuando terminen sus días de aislamiento. Estamos y estaremos siempre con usted.” Firmado: "El colectivo de presos de Comisiones Obreras en la cárcel de Sevilla".
-¿Cómo se te quedó el cuerpo?
-Rompí a llorar. Y ahora mismo, cuando te lo cuento, un calambre de emoción recorre mi espalda y los ojos se me vuelven a llenar de lágrimas. Nunca había recibido un regalo tan inmenso. Ni me había sentido tan orgulloso de ser hombre, de creer en la fraternidad humana, de estar luchando como aquellos hombres encarcelados por defender la dignidad del Trabajo, por la Democracia y la Libertad.