lunes, 21 de mayo de 2012

Antes de la boda

El orfebre Fernando Marmolejo decidió ir a Atenas  en el transatlántico “Cabo San Vicente” a la boda de los príncipes Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia. Su esposa desconocía tan insólita determinación y ni se la imaginaba porque el matrimonio tenía seis niños pequeños.
Marmolejo se dirigió a las oficinas de la compañía Ybarra, propietaria de la embarcación, en Menéndez Pelayo, número 2, de Sevilla. Allí le informaron de los precios del crucero. Eligió  el más asequible a sus recursos: 7.800 pesetas, y obtuvo permiso para hacer determinadas ventas durante el viaje. Después llegó el momento más doloroso: convencer a su esposa.
-No puedo llevarte conmigo. Pero ten la seguridad de que el crucero será un buen negocio para mí. Voy a vender ceniceros de plata con las efigies de los príncipes. Los Ybarra me han encargado dos mil piezas más. Van ochocientos españoles en el barco. Imagínate lo que ganaré.
El ocho de mayo de 1962 Fernando Marmolejo embarcó, en Barcelona, en el transatlántico con destino al puerto del Pireo. En el equipaje llevaba el equipo completo de una “armao” de la Macarena que le había prestado un buen amigo, al que había prometido hacer buen uso de tan respetable indumentaria.

Instaló en el barco una vitrina llena de recuerdos de plata alusivos a los protagonistas de la boda, con el  letrero "Proveedor de la Casa Real". Me contó Marmolejo que los pasajeros comentaban: “Este no puede ser catalán, porque nunca está junto a la vitrina". Se encontraba preparándose para participar en un concurso de disfraces, dotado con  varios premios en metálico. Cuando le tocó el turno apareció vestido de “armao” de la Macarena, marcando el paso como en Semana Santa.
-¿Ganaste?
-El segundo premio. El primero lo ganó un señor que, disfrazado de hombre prehistórico, tiraba brutalmente de la cabellera de una mujer, que aunque era una muñeca, despertó comentarios como: "¡Quién pudiera hacerlo!"
(Los viajeros que dieron el voto al bruto se dirigían a una boda por amor).
El once de mayo fondeó en el puerto de El Pireo el “Cabo San Vicente”. Fernando Marmolejo cuando puso pie en tierra griega se sintió satisfecho porque el negocio ya estaba hecho. Y contento, porque apreciaba mucho a  María y Juan. Así llamaba él a los padres del que sería rey de España. Los nuevos esposos comieron perdices y años después no fueron felices.