El orfebre Fernando Marmolejo decidió ir a Atenas
en el transatlántico “Cabo San Vicente” a la boda de los príncipes Juan
Carlos de Borbón y Sofía de Grecia. Su esposa desconocía tan insólita
determinación y ni se la imaginaba porque el matrimonio tenía seis
niños pequeños.
Marmolejo se dirigió a las oficinas de la compañía Ybarra, propietaria de la embarcación, en Menéndez Pelayo, número 2, de Sevilla. Allí le informaron de los precios del crucero. Eligió el más asequible a sus recursos: 7.800 pesetas, y obtuvo permiso para hacer determinadas ventas durante el viaje. Después llegó el momento más doloroso: convencer a su esposa.
-No puedo llevarte conmigo. Pero ten la seguridad de que el crucero será un buen negocio para mí. Voy a vender ceniceros de plata con las efigies de los príncipes. Los Ybarra me han encargado dos mil piezas más. Van ochocientos españoles en el barco. Imagínate lo que ganaré.
El ocho de mayo de 1962 Fernando Marmolejo embarcó, en Barcelona, en el transatlántico con destino al puerto del Pireo. En el equipaje llevaba el equipo completo de una “armao” de la Macarena que le había prestado un buen amigo, al que había prometido hacer buen uso de tan respetable indumentaria.
Marmolejo se dirigió a las oficinas de la compañía Ybarra, propietaria de la embarcación, en Menéndez Pelayo, número 2, de Sevilla. Allí le informaron de los precios del crucero. Eligió el más asequible a sus recursos: 7.800 pesetas, y obtuvo permiso para hacer determinadas ventas durante el viaje. Después llegó el momento más doloroso: convencer a su esposa.
-No puedo llevarte conmigo. Pero ten la seguridad de que el crucero será un buen negocio para mí. Voy a vender ceniceros de plata con las efigies de los príncipes. Los Ybarra me han encargado dos mil piezas más. Van ochocientos españoles en el barco. Imagínate lo que ganaré.
El ocho de mayo de 1962 Fernando Marmolejo embarcó, en Barcelona, en el transatlántico con destino al puerto del Pireo. En el equipaje llevaba el equipo completo de una “armao” de la Macarena que le había prestado un buen amigo, al que había prometido hacer buen uso de tan respetable indumentaria.
Instaló
en el barco una vitrina llena de recuerdos de plata alusivos a los
protagonistas de la boda, con el letrero "Proveedor de la Casa Real".
Me contó Marmolejo que los pasajeros comentaban: “Este no puede ser
catalán, porque nunca está junto a la vitrina". Se encontraba
preparándose para participar en un concurso de disfraces, dotado con
varios premios en metálico. Cuando le tocó el turno apareció vestido de
“armao” de la Macarena, marcando el paso como en Semana Santa.
-¿Ganaste?
-El
segundo premio. El primero lo ganó un señor que, disfrazado de hombre
prehistórico, tiraba brutalmente de la cabellera de una mujer, que
aunque era una muñeca, despertó comentarios como: "¡Quién pudiera
hacerlo!"
(Los viajeros que dieron el voto al bruto se dirigían a una boda por amor).
El
once de mayo fondeó en el puerto de El Pireo el “Cabo San Vicente”.
Fernando Marmolejo cuando puso pie en tierra griega se sintió
satisfecho porque el negocio ya estaba hecho. Y contento, porque
apreciaba mucho a María y Juan. Así llamaba él a los padres del que
sería rey de España. Los nuevos esposos comieron perdices y años
después no fueron felices.