“Te esperamos mañana a las tres en punto de la
madrugada en el número 20 de la calle Redes para que hagas un reportaje
fotográfico sobre la consagración de un obispo”.
La llamada
telefónica se produjo en 1975. El fotógrafo Joaquín Mora reconoció la
voz. Era un personaje del Palmar de Troya. Tres años después, la misma
persona le citó en el mismo sitio a las dos de la madrugada. Lo que
allí ocurrió comenzó a las cuatro y terminó a las nueve y quince de la
mañana. El fotógrafo había asistido a la coronación de Clemente
Domínguez como papa. Vio como dos cardenales muy jóvenes colocaron
sobre la cabeza del antiguo contable una tiara de tela, con galones
dorados.
El nuevo papa tomó el nombre de Gregorio XVII. En aquel
momento se consideraba sucesor de Pablo VI, que había fallecido de un
infarto masivo de miocardio el seis de agosto de 1978 en la residencia
papal de Castel Gandolfo.
Joaquín Mora vendió las fotografías de la
coronación a la revista “Gaceta Ilustrada” por un millón doscientas mil
pesetas. A los del Palmar, que se enfadaron con él, les cobró por el
reportaje fotográfico noventa mil pesetas.
En el arzobispado de
Sevilla sabían que los del Palmar eran los mejores clientes de Mora. El
se lo comunicó, porque consideraba que antes estaba su religión que el
dinero. Su conciencia estaba tranquila porque cuando don Antonio
Montero era obispo auxiliar de Sevilla le dijo: “Joaquín, Roma sabe lo
que pasa en el Palmar de Troya gracias a tus fotos.”
Me contó el
fotógrafo que la revista con las fotografías de la coronación de
Clemente Domínguez circuló en el Vaticano cuando los cardenales se
encontraban reunidos en cónclave para elegir al sucesor de Pablo VI.
Pudo
ser. Las fotografías distrajeron hasta al propio Espíritu Santo, porque
resultó elegido un pontífice que duró un mes y pico: Juan Pablo I. El
buen hombre fue enterrado sin que le practicaran la autopsia.