martes, 3 de abril de 2012

Pelotazo


“Te esperamos mañana a las tres en punto de la madrugada en el número 20 de la calle Redes para que hagas un reportaje fotográfico sobre la consagración de un obispo”.
La llamada telefónica se produjo en 1975. El fotógrafo Joaquín Mora reconoció la voz. Era un personaje del Palmar de Troya. Tres años después, la misma persona le citó en el mismo sitio a las dos de la madrugada. Lo que allí ocurrió comenzó a las cuatro  y terminó a las nueve y quince de la mañana. El fotógrafo había asistido a la coronación de Clemente Domínguez como papa. Vio como dos cardenales muy jóvenes colocaron sobre la cabeza del antiguo contable una tiara de tela, con galones dorados.
El nuevo papa tomó el  nombre de Gregorio XVII. En aquel momento se  consideraba sucesor de Pablo VI, que  había fallecido de un infarto masivo de miocardio el seis de agosto de 1978 en la residencia papal de Castel Gandolfo.
Joaquín Mora vendió las fotografías de la coronación a la revista “Gaceta Ilustrada” por un millón doscientas mil pesetas. A los del Palmar, que se enfadaron con él, les cobró por el reportaje fotográfico noventa mil pesetas.
En el arzobispado de Sevilla sabían que los del Palmar eran los mejores clientes de Mora. El se lo comunicó, porque consideraba que antes estaba su religión que el dinero. Su conciencia estaba tranquila porque cuando don Antonio Montero era obispo auxiliar de Sevilla le dijo: “Joaquín, Roma sabe lo que pasa en el Palmar de Troya gracias a tus fotos.”
Me contó el fotógrafo  que la revista con las fotografías  de la coronación de Clemente Domínguez circuló en el Vaticano cuando los  cardenales se encontraban reunidos en cónclave para elegir al sucesor de  Pablo VI.
Pudo ser. Las fotografías distrajeron hasta al propio Espíritu Santo, porque resultó elegido un pontífice que duró un mes y pico: Juan Pablo I. El buen hombre fue  enterrado sin que le practicaran la autopsia.