A Antonio Mingote le disgustaba haber cambiado poco. Le hubiera gustado haber cambiado más para verse más razonable, más calmoso y haberse hecho una persona mayor, cosa que todavía no había conseguido. De vez en cuando él decía “¡puñetas! y yo conjugo demasiado el verbo haber.
Mingote nunca se acordaba de que era humorista.
Lo que más tenía presente en su memoria era el tabaco. Lo dejó cuando sufrió un infarto y comenzó a trabajar menos y a pasear más en compañía de su mujer.
Se llevaba bien con la Administración, en general, porque no tenía el gusto de conocerla.
En toda su vida había hecho dos o tres chistes clandestinos, que sólo contó a unos cuantos amigos.
-¿Qué le pone de mal humor?
-Que me hagan entrevistas.
-¿Desde que sufrió el infarto?
-Desde siempre.
-Tendrá sus razones.
-A todos nos gusta hacer lo que sabemos hacer o lo que creemos que sabemos hacer. Como yo no sé contestar, me pongo de muy mal humor cuando me preguntan. Es cuestión de orgullo.
-Yo traigo en este folio unas cuantas preguntas por si quiere que sigamos hablando.
-Léemelas.
-¿Guardó mucho luto cuando murió…?
-No me hagas esa pregunta. Ten en cuenta que soy militar desde hace muchos años.
-¿En activo?
-Estoy en la reserva.
-¿Qué graduación tiene?
-Soy comandante.
-A ver si tiene respuesta esta otra: ¿Le supone renunciar a muchas cosas el ser fiel a su periódico?
-No, porque ABC es un periódico liberal como yo.
(Conversé con él en el Hotel Alfonso XIII. Dibujó la cara de un hombre amordazado y me lo dedicó. Lo interpreté como un homenaje a la libertad de prensa. Había venido a Sevilla a la presentación nacional de su obra “Hombre atónito”)