Siendo niño, José Hormigo vio,
subido en un olivo, cómo fusilaban a un hombre en el cementerio de
Baza. No se perdió las palabras que pronunció el reo cuando tuvo la
oportunidad de expresar su última voluntad: “quiero fumarme un puro”.
-¿Qué ocurrió?, José.
-Este hombre, que era Guardia de Asalto, había matado en el cuartel a un teniente y a otro compañero creyendo que había llegado la hora del golpe de estado que se estaba gestando entre ellos, ya que eran las únicas autoridades que había en el pueblo. Mientras fumaba no paraba de hablar. Dijo que había sido un traidor. Y a uno de los que le iban a matar le ofreció la chaqueta de cuero que llevaba puesta y como se la aceptó, se la quitó y se la dio.
-¿Consumió el puro?
-Sí. Y oí el “apunten, fuego” y vi cómo el hombre cayó al suelo y daba botes. Yo también caí del olivo, igual que los chavales que estaban en otros árboles. Al vernos los guardias nos montaron en un camión y nos hicieron sentar en un ataúd vacío que llevaban. Yo iba en cuclillas porque no quería tocar el féretro, pero cada vez que el camión cogía un bache parecía que el ataúd me mordía el culo. Y así hasta llegar al pueblo. Eran los finales de la guerra civil.
-¿Qué ocurrió?, José.
-Este hombre, que era Guardia de Asalto, había matado en el cuartel a un teniente y a otro compañero creyendo que había llegado la hora del golpe de estado que se estaba gestando entre ellos, ya que eran las únicas autoridades que había en el pueblo. Mientras fumaba no paraba de hablar. Dijo que había sido un traidor. Y a uno de los que le iban a matar le ofreció la chaqueta de cuero que llevaba puesta y como se la aceptó, se la quitó y se la dio.
-¿Consumió el puro?
-Sí. Y oí el “apunten, fuego” y vi cómo el hombre cayó al suelo y daba botes. Yo también caí del olivo, igual que los chavales que estaban en otros árboles. Al vernos los guardias nos montaron en un camión y nos hicieron sentar en un ataúd vacío que llevaban. Yo iba en cuclillas porque no quería tocar el féretro, pero cada vez que el camión cogía un bache parecía que el ataúd me mordía el culo. Y así hasta llegar al pueblo. Eran los finales de la guerra civil.
-¿Cuándo te detuvieron la primera vez?
-Cuanto tenía nueve años.
-¿Qué hiciste?
-Yo
nada. Aquel día mi abuelo, que trabajaba en el cortijo del “Conejo
Esnucao”, me mandó que llevara al burro que traía al pilar para darle
de beber. Al pasar por la plaza de la iglesia vi que se acababa de
celebrar una boda. Se había casado un Guardia Civil y los invitados
cantaban con el brazo en alto el “Cara al sol”. El borrico se paró y
comenzó a rebuznar. Yo no lo podía callar. Así que vinieron dos
guardias civiles que asistían al a la ceremonia y me llevaron al
cuartel.
-¿Y el burro?
-También venía. Cuando llegué al cuartel,
uno me dio tres cocotazos y otro me amenazaba con un vergajo mientras
yo les contaba llorando que no era culpa mía sino del animal. Me
preguntaron de quién era el borrico. Yo les dije que era del “Conejo
Esnucao”. Enseguida me soltaron.
-¿A quién pertenecía ese mote tan gráfico?
-A un terrateniente.
Treinta
y siete años después, el 11 de septiembre, fue enterrado en el
cementerio civil de Sevilla un dirigente del PCE que había sido
diputado en las Cortes de la II República por la capital hispalense: el
sevillano Antonio Mijes. Horas antes, durante el velatorio que tuvo
lugar en el mismo camposanto, el Jefe de la Brigada Político Social,
que se apellidaba Martín, se acercó a José Hormigo y le preguntó:
-¿Es usted familia del difunto?
-No. Yo soy el responsable del partido.