Aquella mañana Paco
Valladares había tomado en ayunas limón puro, porque cuando era locutor
de continuidad de Televisión Española, a finales de los 50, le dijeron
que era muy bueno. No sabía exactamente para qué, pero desde entonces
es lo primero que bebía al levantarse de la cama. Uno de sus recuerdos
más ácidos como actor se remonta a 1970. Aquel año representaba en el
teatro Álvarez Quintero, de Sevilla,”Las mariposas son libres”, comedia
romántica del escritor norteamericano Leonard Gershe. Paco Valladares
interpretaba a un joven ciego que cantaba y tocaba la guitarra. Cuando
apareció él en el escenario con pantaloncitos cortos y la primera
actriz en bikini, un espectador escandalizado gritó: "Sevilla de mi
arma, ¿pero qué te están haciendo?" Se levantó de la butaca y se marchó
dando bastonazos en el suelo.
En aquel momento al actor, que sentía mucha devoción por la Virgen Macarena, se le fue el santo al cielo.
El hombre del bastón no esperó a saber que el intérprete, en la ficción, fuera hijo de una madre que no veía con buenos ojos su relación con una joven libre y divorciada. También ignoraba que el título de la comedia lo tomó el autor de este hermoso párrafo de Charles Dickens: “Yo sólo pido ser libre. Las mariposas son libres. La humanidad seguramente no negará a H.S. lo que ha concedido a las mariposas”.
En aquel momento al actor, que sentía mucha devoción por la Virgen Macarena, se le fue el santo al cielo.
El hombre del bastón no esperó a saber que el intérprete, en la ficción, fuera hijo de una madre que no veía con buenos ojos su relación con una joven libre y divorciada. También ignoraba que el título de la comedia lo tomó el autor de este hermoso párrafo de Charles Dickens: “Yo sólo pido ser libre. Las mariposas son libres. La humanidad seguramente no negará a H.S. lo que ha concedido a las mariposas”.
Paco
Valladares dedicaba tiempo al aprendizaje de sus papeles para no estar
preocupado de la letra en el escenario o ante las cámaras, salvo
imprevistos como el de antes. Estudiaba en las cafeterías, en los
parques públicos y en donde hubiera gente. No le asustaba la soledad.
Lo hacía por manía. Aprovechaba los intervalos de descanso para
observar a las personas que tenía cerca. Pero no como aquel hombre que
iba al Folies Bergere y miraba sólo a los espectadores, según cuenta el
cantante francés Jean Rigaux.
Valladares, que participó, como
narrador, en la película “Franco, ese hombre”, hubiera prestado su
buena voz al Cid, porque era el personaje histórico al que más
admiraba.