“Aguantaros si delante de
vosotros me ofenden. No vais a adelantar nada defendiéndome” advirtió
a sus hijos don Julio Pérez Silva, entonces rector interino de la
Universidad de Sevilla. Lo conocí en 1986 cuando en la calle quemaban
su efigie. Su hijo mayor, que tenía 30 años, vivía en Suiza. El más
pequeño había cumplido 9. Uno terminaba aquel curso Medicina. Le seguía
el que estudiaba Biología. La niña de la casa, segundo de BUP.
Muchos alumnos fueron a verle porque se sentían molestos con los carteles que se habían difundido en Sevilla en contra de él. Don Julio les dijo: “No preocuparos. Los carteles me han hecho mucha gracia, porque el primero que que se ríe de mí soy yo.”
Llevaba 8 años de decano de la Facultad de Biología y su convivencia con los alumnos era muy buena. Los universitarios no iban contra él sino contra el hecho de haber sido impuesto como rector en vez de ser elegido.
Aquel día lo vi con 14 carpetas.
Muchos alumnos fueron a verle porque se sentían molestos con los carteles que se habían difundido en Sevilla en contra de él. Don Julio les dijo: “No preocuparos. Los carteles me han hecho mucha gracia, porque el primero que que se ríe de mí soy yo.”
Llevaba 8 años de decano de la Facultad de Biología y su convivencia con los alumnos era muy buena. Los universitarios no iban contra él sino contra el hecho de haber sido impuesto como rector en vez de ser elegido.
Aquel día lo vi con 14 carpetas.
-¿Qué contienen?, le pregunté.
-Papeles de la Universidad que debo firmar para no parar la máquina universitaria. Son nóminas, sueldos, facturas, etc.
-¿Lee antes lo que firma?
-Casi no, porque me fío.
-¿Porque lo hace aquí, en su Departamento de Microbiología?
-Porque si voy al Rectorado, quizá provoque a los alumnos.
Cuando
el profesor Pérez Silva quería tener más paz interior, pasaba dos días
en un pueblo de la isla de Gran Canaria que se llama Santa Lucía de
Tirajana. Está en el fondo de un cráter antiquísimo. Es verde y bello.
Allí nació él. Su padre era un obrero que terminó siendo encargado de
obras en carreteras. En 1936, el profesor tenía 11 años y se enteró de
que los de un bando persiguieron a muerte a su padre para que les
entregara una gran cantidad de explosivos destinados a las obras de un
túnel. Se salvó. Pero, a la semana siguiente, los del otro bando
quisieron matarlo por lo mismo. Esto sirvió de lección al profesor
Pérez Silva para no interesarse por la política.
-¿Cómo se siente?
-Soy
viejo, pero no estoy viejo. Lo noto cuando juego al tenis y gano muchas
veces a jóvenes de 20 años. Al profesor Clavero no le gano, porque le
considero un gran maestro.
-¿Cómo son los canarios?
-Somos serenos, nobles, amigos, confiados. Lo da el clima.
-¿Para qué son los amigos?
-Para abusar de ellos. Por eso no me importa sacrificarme por los demás.
(Descanse en paz)