miércoles, 7 de marzo de 2012

La misión de la escuela


Vivió como maestro dos dictaduras y un rato de democracia. Me refiero a don Arturo Caraballo. Su primer destino fue Almensilla. Tenía 17 años y 35 alumnos en clase. El más listo sabía las cuatro reglas, escribía con una caligrafía mediana y leía de corrillo. Estaba prohibido hablar en contra del régimen, que era la dictadura del general Primo de Rivera. La formación política no era obligatoria, pero sí se enseñaba a los alumnos a acatar el poder constituido sea cual fuere. Su segundo destino fue una aldea de La Coruña. Se dio cuenta de que el niño gallego era dócil, pero también desgraciado porque se le obligaba a trabajar como a una persona mayor, debido a la pobreza de la comarca. Los días de lluvia, como no podían trabajar en el campo, se le llenaba la escuela. “¿Entró en clase la República?”, le pregunto. Contesta que  todo siguió igual. Ordenaron retirar el crucifijo, pero don Arturo no lo quitó.
Al sublevarse Franco contra la República, él estaba de maestro en El Garrobo. La escuela se cargó en demasía de alumnos, porque todos los que vivían en los cortijos y casas de campo se vinieron al pueblo, huyendo de los fugitivos. El nuevo régimen intensificó mucho la formación política  y religiosa. Una de las funciones de los maestros era  convertir a los niños en adictos al Movimiento. Sin embargo, don Arturo Caraballo impartió una enseñanza permanente, apta para cualquier régimen, con el fin de que sus alumnos no fueran conejillos de Indias, sujetos a las veleidades de la política. Se jubiló en el Colegio Padre Manjón de Sevilla. 
Con el cigarro en la mano explicaba a los alumnos las molestias e inconvenientes de fumar y la esclavitud a que da lugar. Les contaba que muchas veces se había salido de una conferencia importante o de una función religiosa, porque no podía aguantar sin fumar.  Expresándose con esta sinceridad conseguía mucho de ellos. “Si volviera a vuestra edad no fumaría el primer cigarrillo” les decía.
Estaba convencido de que en la escuela no se había impartido bien la cultura que el pueblo necesita, porque padres y autoridades han creído que  el colegio puede dar al niño todas las perfecciones posibles. Para don Arturo la misión de la escuela, aunque grandiosa y sublime, es más restringida: formar al niño para la convivencia.