Era el único estudiante universitario que
había en el consejo de redacción de la revista “Cuadernos para el
Diálogo”. Trabajaba como amateur desde que Joaquín Ruiz Gimenez la
fundó. Escribía editoriales y, de vez en cuando, su viejo amigo Pedro
Altares le daba un original largo para que lo acortase. Oscar Alzaga
tenía entonces veintiún años. Lo vi mucho después, cuando estaba a
punto de abandonar el desasosiego de la política. Era catedrático de
Derecho Político. Pensaba que el Derecho bien entendido es la ciencia
de organizar la convivencia.
-¿Qué necesita la vida pública?
-Debate.
Está sobrada de improperios. Entre todos debemos sustraer lo que hay
de crispación, lo que hay de injurias y, en ocasiones, lo que hay
incluso de calumnias.
-¿Cómo?
-Una de las vías que está al alcance de todos es no contestar a los excesos verbales del adversario.
-¿De qué modo opera el dinero en la libertad de las personas?
-Quien vive de su trabajo tiene más libertad que quien ha reunido una gran fortuna. Esta opera como ancla.
Oscar
Alzaga se acuerda del conde de Romanones, que tenía una gran fortuna.
El conde fue a despedir en la Estación del Norte al ex presidente de
Gobierno Sánchez Guerra, que vivía de su trabajo. Cuando éste se subió
al ferrocarril que le llevaría a su exilio en Paris, le dijo: “¡Quién
tuviera su libertad económica para en este momento poderse
exilar!”.
-¿Cuántos Oscar hay en su familia?
-Yo soy el primero y el único, porque tengo tres hijas.
-¡Que poco sale su segundo apellido en los periódicos!
-Villaamil es un apellido asturiano. Mi abuelo materno era de Castropol, un pequeño pueblo de la provincia de Oviedo.
-¿Político?
-Fue juez. Y después abandonó la judicatura para ejercer la abogacía.
-¿Le imitó su padre?
-No. Mi padre era ingeniero por una Universidad de Italia.
-¿Cuál fue el momento de sus grandes opciones?
-Mi
etapa universitaria. Es cuando se dan pasos que se convierten, con
frecuencia, en irreversibles en una vida. Fue una etapa de rebeldía
contra la España que no nos gustaba y que queríamos mejorar. Como no
podíamos caminar por la carretera, transitábamos por la cuneta. Y
aprovechábamos entierros, banquetes y todas las ocasiones para celebrar
reuniones políticas.
-¿Muchos o pocos?
-Lo hacíamos una minoría
en una situación difícil y con la enorme fe de que nuestras ideas eran
capaces de mover otras voluntades a base de esperanza y de coraje.
-¿Le queda algo de esto?
-Aquella esperanza es la misma con que la que hoy actúo y aquel coraje es el mismo que hoy me mueve.