Un libro sobre Indalecio Prieto se leyó en la
década de los ochenta en el refectorio del Monasterio de Silos mientras
los monjes comían. Su autor, Alfonso Carlos Saiz Valdivieso no lo
esperaba. Fue un regalo para él.
Indalecio Prieto empezó a trabajar en un periódico por ser un gran taquígrafo. Después hizo reportajes de calle, trabajo de mesa, crónicas parlamentarias y de guerra. En una ocasión le pesó haber puesto su taquigrafía al servicio de Alfonso XIII, porque oyó un intercambio de palabras entre el monarca y la reina madre, doña María Cristina. El rey se tomó otro güisqui. Su madre le rogó que no bebiese más pues tenía que hablar en público. El hijo le contestó que él sabía lo que tenía que hacer.
Prieto, que era hijo de viuda, tomó nota exacta del discurso del monarca en el Sporting Club de Bilbao. Lo hizo con tristeza porque veía en la reina madre a su madre viuda.
Indalecio Prieto empezó a trabajar en un periódico por ser un gran taquígrafo. Después hizo reportajes de calle, trabajo de mesa, crónicas parlamentarias y de guerra. En una ocasión le pesó haber puesto su taquigrafía al servicio de Alfonso XIII, porque oyó un intercambio de palabras entre el monarca y la reina madre, doña María Cristina. El rey se tomó otro güisqui. Su madre le rogó que no bebiese más pues tenía que hablar en público. El hijo le contestó que él sabía lo que tenía que hacer.
Prieto, que era hijo de viuda, tomó nota exacta del discurso del monarca en el Sporting Club de Bilbao. Lo hizo con tristeza porque veía en la reina madre a su madre viuda.
Pregunté al autor del libro si Indalecio Prieto tenía
algo de frailuno o los monjes algo de republicanos. Me dijo que el
abad de Silos le contó que uno de sus antecesores había recibido a unos
estudiantes de la Institución Libre de Enseñanza de Madrid, entre los
que iba Concha Prieto, hija de don Indalecio. Los monjes trataron muy
bien a los estudiantes y Concha se lo dijo a su padre, que entonces era
ministro de Obras Públicas de la República. Este les escribió dándoles
las gracias y poniéndose a su disposición por si necesitaban algo. Era
una mera carta de protocolo, pero los monjes cogieron la palabra. Le
pidieron que para que el monasterio de Silos tuviese mejor acceso era
necesario horadar el desfiladero de Yecla, es decir, hacer un túnel.
Previos los informes necesarios, en unos meses se realizó la obra.
Pasó
el tiempo y, en un viaje en barco desde Francia a Nueva York, Indalecio
Prieto coincidió con la superiora general de las Monjas Mercedarias de
Bérriz. Al desembarcar confesó que no sabe lo que le hubiera ocurrido
si la travesía llega a durar más, porque aquella bondadosa y sagaz
monja estuvo a punto de llevarlo a las cuerdas en materia de fe. Era la
mujer más inteligente que había conocido. El llegó a decir que la
doctrina social de Jesucristo no podía quedar al arbitrio egoísta de
los hombres: había que imponerla por ley.
Dejó el periodismo por la
política, pero lo amaba tanto que cuando hizo el testamento en 1950
escribió: “Indalecio Prieto, español, periodista”.
-¿Qué descubrió usted cuando estudió al político, pregunté Alfonso Carlos Saiz Valdivieso?
-Su profunda raíz liberal. Era un hombre antisectario por naturaleza, para quien sin libertad todo lo demás era despreciable.