miércoles, 18 de enero de 2012

Antes de empezar las autopsias observa sus caras

Son pocos los cadáveres que tienen una expresión de crispación, me comentó el médico forense Fernando Heredia Martínez. Casi todos presentan un aspecto de serenidad, de sueño, de placidez, de descanso. Esto, añade, responde a esas expresiones de “la vida es sueño” y “el sueño de la muerte”.
Comprende que los familiares de un difunto piensen en lo violento que es la autopsia. Les da la razón porque las operaciones para la práctica de la misma son duras. Con una sierra eléctrica se abre el cuero cabelludo por la mitad de la cabeza. Se lleva una parte del pelo hasta la frente y la otra, hacia atrás. De esta manera se puede coser después y no queda desfigurado el rostro. Luego se abre el cráneo, el tórax y el abdomen si son hombres. Y si son mujeres la cavidad pelviana para averiguar si están embarazadas.
El está habituado a hacer las autopsias, pero hay casos que le impresionan, como el de la joven que se ahorcó. Estaba casada, en buena posición social, su marido trabajando. Se ahorcó de repente. Cuando le practicó la autopsia, encontró que tenía un feto de mes y medio o dos meses. Era una mujer sin antecedentes psiquiátricos.

El doctor Heredia Martínez no se siente capaz de hacer la autopsia a un amigo. Creería que le estaba haciendo daño. Ha tenido la suerte de que a las personas a las que ha abierto orgánicamente o no las conocía o no había tenido un trato directo con ellas. De todos modos considera que la disección es como violar la intimidad de los muertos.
Antes de empezar la autopsia acostumbra a fijarse en sus caras. Suelen tener una expresión casi viva, eso que popularmente se dice “¿y si se levantara el difunto?”.
La vida del forense no es cómoda. Debe estar localizado por el juez a cualquier hora. Como aquel día muy nublado en que en dos coches de la Guardia Civil llegaron a una finca donde había aparecido un cadáver tendido boca abajo al lado de un pozo. Examinaron los alrededores para ver si había signos de lucha y huellas de pies que no fueran las del muerto.
Estaba vestido. No percibieron lesiones externas. El juez ordenó el levantamiento del cadáver. Fue llevado al depósito municipal que estaba en el cementerio para practicarle la autopsia.
No les resultó complicado averiguar que la noche anterior había bebido mucho y cuando se acercó al pozo, que estaba a ras de tierra, para calmar la sed, se dio un golpe en la cabeza con el brocal y murió de asfixia por sumersión.
Se trataba de un joven, que era retrasado mental. Su muerte no estaba relacionada con los que intentaban declararlo incapacitado por cuestiones de una herencia.