viernes, 16 de diciembre de 2011

Le hubiera gustado nacer perro

No pensé que sus ojos se llenarían de lágrimas. Me refiero a los de Ángel, al que no le faltan apellidos ni familia. Hace tres días se encontraba en la calle Sierpes, frente a la librería Beta. Parecía un libro a medio escribir por el destino.
Ángel Caballero Pérez se siente muy querido por su perra, que se llama Taruga, de dos años. La tiene desde que le cabía en una mano. Ahora es grandota, no es peligrosa, pero es capaz de dar un mordisco al que se atreva a molestar a su amo.
-¿Qué habéis comido hoy?
-Cada uno nos hemos comido un filete de pollo. Además ella tiene su pienso y su chupe.  -La cuidas muy bien.
-Igual que ella a mí. Yo la quiero como si fuera mi madre.
-¿Y tu madre verdadera?
-Murió cuando yo nací. Yo nací sietemesino. Pasé dos meses en una incubadora. Mi abuela me contaba que yo no abultaba casi nada

-¿Tu familia vive en Sevilla?
-Sí. Tengo una hermana que es fisioterapeuta y otra está relacionada con el alquiler de las sillas de Semana Santa. A ver si hablo con ellas para que me echen un cable. De mi padre es mejor no hablar. Guardo de él malos recuerdos: cicatrices en la cabeza y muchas palizas. Era alcohólico. ¡Ojalá hubiera nacido yo perro! Me hubieran tratado mejor, como yo cuido a Taruga.
-¿Le hablas a tu perra?
-Sí, en castellano y en árabe. No sé  escribir ni leer árabe, pero sí lo hablo.
-No tienes pinta de árabe.
-Es que yo llevo ocho años con un amigo que es de Ceuta.
-¿A qué te dedicas?
-Ahora no trabajo. Fui encofrador, Vivo de lo que me dan.
-¿Por qué me has dicho antes que te hubiera gustado nacer perro?
-Porque yo he estado en la casa cuna, en un correccional, donde aprendí demasiado y en la cárcel.
-¿Has matado?
-Casi. Me dijo el juez que me faltaron cinco centímetros para haber acabado con la vida de un hombre. Nos enzarzamos en una pelea. El se cagó en mi madre  y yo me hice con la navaja con la que él me amenazaba y se la clavé.
-¿Dónde vas a pasar esta noche?
-En el pasaje de la calle O Donell.
-¿Sólo?
-No. Con mi perra, debajo de una manta.
-¿Estás llorando?
-No. Sólo unas lágrimas.
Ángel y Taruga no soñarán con el cielo, porque allí, como diría Oscar Wilde, casi no conocen a nadie.