Hay un monumento de bronce en
Coria del Río a los represaliados del franquismo que quizá de noche
sueñe con un poema de Miguel Hernández. Ese que dice “para la libertad
sangro, lucho, pervivo”. Se lo dejó la autora de la escultura, Ángeles
de la Torre Bravo, la primavera pasada, con una rama de azahar.
Piensa ella que había hecho con bronce un ejercicio de democracia: poder expresarse libremente. Cree que es fundamental la memoria, recuperar el sentido último de nuestra existencia. Dice que necesitamos que nos cuenten. Así que, a través de su escultura, se puede narrar una lucha, un ideal, una tragedia...
-¿Hace falta tener una mirada limpia para ver tu obra?
-Hace falta sentirse humano. Sentir que nadie puede defender una masacre, un asesinato. Sólo un cobarde, que no habla nunca consigo mismo, puede apoyar tal represalia. Y no debemos olvidar que la degeneración de un individuo y de una sociedad es lo único que pudo realizar y justificar este sacrificio humano.
-¿Qué te impresionó de Coria del Río?
-Ese paisaje natural mágico del río que lleva la memoria de un pueblo y de su historia. Un pueblo que ha transformado la rabia del silencio en una profunda pero esperanzadora tristeza por lo que pasó. Esperanzadora porque es reconocida por muchos de los que vivimos.
-Cuéntame algo del pueblo.
-De las rencillas internas políticas sé poco, si sé que temía que la escultura no se colocase nunca. Había muchas reticencias en la memoria. .
El lejano verano que Ángeles tuvo que elegir carrera, su padre le comentó: “Si lo que te gusta es pintar por qué no haces Bellas Artes. Es una carrera con mucho futuro y sin paro”. Ella no se lo creía, temblaba por dentro de emoción. ¡Su padre le decía que estudiase Bellas Artes! Fue el regalo más valioso que le hizo: poder aprender a expresar emociones y pensamientos a través de la imagen. Siempre recuerda de él la búsqueda de su mano, su tacto que siente hoy como si lo tuviera delante, el color, la temperatura, su blandura y su fuerza. Por fuera era roca impermeable e implacable. Por dentro, sensible y tierno. De pequeña salía corriendo detrás de él cuando se escapaba a para andar por el campo, le gustaba estar solo, pensar. .Era puro y libre, luchaba contra las injusticias del sistema. La valía de su padre era menospreciada por los que estando en los puestos de mando solían ser los menos preparados. Ella entonces ya expresaba sus sentimientos a través de la poesía. Ahora comprende que fue básica para desarrollar su adolescencia.
-¿Qué valoras más la lealtad o la inteligencia?
-La inteligencia, que me haga reír. Me refiero a esas asociaciones de ideas ridículas o increíbles, a esas conclusiones y propuestas que nunca has oído. También valoro la inteligencia emocional para saber y comprender lo que se siente y lo que se pide .En cuanto a la lealtad, la entiendo no como exclusividad, sino como apoyo incondicional a pesar de los errores, de la vida y de los procesos.
-¿Cómo contemplas a tus hijos?
-Como paraísos en los que he participado pero que son independientes en muchos sentidos a mí. Me gustaría ayudarles a desarrollarse con mi ideal de ser humano.
-¿Es complicado tu ideal?
-Es amor por la naturaleza, por la vida, el respeto a sí mismos y a los demás. Que sean conscientes de que hay muchas posibilidades de vivir la vida y muchas formas de cambiar las cosas cuando no nos gustan. Que sean capaces de imaginar un mundo mejor y que sean seres creativos y no repetitivos.
-¿Te imaginas cómo te ven ellos?
-Son pequeños. Ángela tiene cuatro años y Luís, seis. Me gusta que los dos me vean luchar y defender cosas que ellos no pueden entender completamente, pero sí intuir, de esa manera fundamental en la que comprenden los niños.
-¿A qué juegas con ellos?
-A vivir, a decir una idea y verla días más tarde asumida y expresada por ellos. Juego a darles pistas sobre el mundo, sobre cosas que no son certezas como la muerte, que la vean como un proceso natural, y necesario. El otro día me preguntaba el niño “y luego cuando nosotros nos muramos y vivan otros, luego nos toca otra vez vivir a nosotros, ¿no?”
-No te pregunto qué le contestaste. ¿Qué haces como profesora de Instituto?
-Aprender a la vez que enseño.
-¿Te ayuda la pintura?
-Como herramienta mágica y transformadora me ayuda a expresar ideas, sentimientos y vivencias, a realizar cosas aparentemente imposibles.
-¿Qué sacaría en limpio el que leyera tu tesis doctoral?
-Que interpreté algo cercano: la Giralda, la Torre del Oro, los objetos artísticos de al-Andalus, pero acercándome a la cultura islámica y andalusí. Profundicé en las raíces del pensamiento de la época, a través de sus escritos religiosos, filosóficos poéticos y estéticos. Estudié ese trozo de la historia que se nos ha presentado siempre como una invasión extraña y ajena y que en cambio, es nuestra imagen ante el mundo.
-No me has hablado de tu madre.
-Soy parte de ella, soy su carne, su voz, la forma de enseñar y de dar libertad para ser, su entrega incondicional y su alegría que conserva su espíritu intacto.
Piensa ella que había hecho con bronce un ejercicio de democracia: poder expresarse libremente. Cree que es fundamental la memoria, recuperar el sentido último de nuestra existencia. Dice que necesitamos que nos cuenten. Así que, a través de su escultura, se puede narrar una lucha, un ideal, una tragedia...
-¿Hace falta tener una mirada limpia para ver tu obra?
-Hace falta sentirse humano. Sentir que nadie puede defender una masacre, un asesinato. Sólo un cobarde, que no habla nunca consigo mismo, puede apoyar tal represalia. Y no debemos olvidar que la degeneración de un individuo y de una sociedad es lo único que pudo realizar y justificar este sacrificio humano.
-¿Qué te impresionó de Coria del Río?
-Ese paisaje natural mágico del río que lleva la memoria de un pueblo y de su historia. Un pueblo que ha transformado la rabia del silencio en una profunda pero esperanzadora tristeza por lo que pasó. Esperanzadora porque es reconocida por muchos de los que vivimos.
-Cuéntame algo del pueblo.
-De las rencillas internas políticas sé poco, si sé que temía que la escultura no se colocase nunca. Había muchas reticencias en la memoria. .
El lejano verano que Ángeles tuvo que elegir carrera, su padre le comentó: “Si lo que te gusta es pintar por qué no haces Bellas Artes. Es una carrera con mucho futuro y sin paro”. Ella no se lo creía, temblaba por dentro de emoción. ¡Su padre le decía que estudiase Bellas Artes! Fue el regalo más valioso que le hizo: poder aprender a expresar emociones y pensamientos a través de la imagen. Siempre recuerda de él la búsqueda de su mano, su tacto que siente hoy como si lo tuviera delante, el color, la temperatura, su blandura y su fuerza. Por fuera era roca impermeable e implacable. Por dentro, sensible y tierno. De pequeña salía corriendo detrás de él cuando se escapaba a para andar por el campo, le gustaba estar solo, pensar. .Era puro y libre, luchaba contra las injusticias del sistema. La valía de su padre era menospreciada por los que estando en los puestos de mando solían ser los menos preparados. Ella entonces ya expresaba sus sentimientos a través de la poesía. Ahora comprende que fue básica para desarrollar su adolescencia.
-¿Qué valoras más la lealtad o la inteligencia?
-La inteligencia, que me haga reír. Me refiero a esas asociaciones de ideas ridículas o increíbles, a esas conclusiones y propuestas que nunca has oído. También valoro la inteligencia emocional para saber y comprender lo que se siente y lo que se pide .En cuanto a la lealtad, la entiendo no como exclusividad, sino como apoyo incondicional a pesar de los errores, de la vida y de los procesos.
-¿Cómo contemplas a tus hijos?
-Como paraísos en los que he participado pero que son independientes en muchos sentidos a mí. Me gustaría ayudarles a desarrollarse con mi ideal de ser humano.
-¿Es complicado tu ideal?
-Es amor por la naturaleza, por la vida, el respeto a sí mismos y a los demás. Que sean conscientes de que hay muchas posibilidades de vivir la vida y muchas formas de cambiar las cosas cuando no nos gustan. Que sean capaces de imaginar un mundo mejor y que sean seres creativos y no repetitivos.
-¿Te imaginas cómo te ven ellos?
-Son pequeños. Ángela tiene cuatro años y Luís, seis. Me gusta que los dos me vean luchar y defender cosas que ellos no pueden entender completamente, pero sí intuir, de esa manera fundamental en la que comprenden los niños.
-¿A qué juegas con ellos?
-A vivir, a decir una idea y verla días más tarde asumida y expresada por ellos. Juego a darles pistas sobre el mundo, sobre cosas que no son certezas como la muerte, que la vean como un proceso natural, y necesario. El otro día me preguntaba el niño “y luego cuando nosotros nos muramos y vivan otros, luego nos toca otra vez vivir a nosotros, ¿no?”
-No te pregunto qué le contestaste. ¿Qué haces como profesora de Instituto?
-Aprender a la vez que enseño.
-¿Te ayuda la pintura?
-Como herramienta mágica y transformadora me ayuda a expresar ideas, sentimientos y vivencias, a realizar cosas aparentemente imposibles.
-¿Qué sacaría en limpio el que leyera tu tesis doctoral?
-Que interpreté algo cercano: la Giralda, la Torre del Oro, los objetos artísticos de al-Andalus, pero acercándome a la cultura islámica y andalusí. Profundicé en las raíces del pensamiento de la época, a través de sus escritos religiosos, filosóficos poéticos y estéticos. Estudié ese trozo de la historia que se nos ha presentado siempre como una invasión extraña y ajena y que en cambio, es nuestra imagen ante el mundo.
-No me has hablado de tu madre.
-Soy parte de ella, soy su carne, su voz, la forma de enseñar y de dar libertad para ser, su entrega incondicional y su alegría que conserva su espíritu intacto.