lunes, 28 de noviembre de 2011

Tren con destino a lo desconocido

A Antonio Rodríguez Almodóvar, doctor en Filología Moderna, se le caían diez años encima cuando, siendo primer teniente Alcalde, entraba en el Ayuntamiento de Sevilla. Al salir, volvía a ser el de siempre. Lo sé porque él me lo ha contado. Sueña con frecuencia que no ha terminado la "mili" y también que no ha salido del colegio de los Salesianos.
Se honra con tener un origen proletario, aunque no puramente proletario, porque su padre, que fue panadero, venía de una familia de buena posición, que se fue a pique.
Siendo profesor descubrió que la juventud de nuestro país tenía una ignorancia, bastante peligrosa, de lo que fue el final del franquismo y el principio de la democracia. Y que los jóvenes tomaban la democracia como si fuera un hecho natural y no valoraban ni la transición política ni la clandestinidad.
Creía que esta actitud no era  exclusiva de los jóvenes españoles, porque cuando se hizo una encuesta en Alemania, las autoridades se alarmaron al descubrir que la juventud no sabía lo que había ocurrido en la segunda guerra mundial.
Hay dos personas que han dicho a Rodríguez Almodóvar que disfrutan leyendo sus libros: Alfonso Guerra y Carmen Romero.
Hubo gentes que influyeron para que él desembocara en el PSOE, pero, sobre todo Carmen Romero, que para él fue una magnífica compañera en la Facultad de Filosofía y Letras y luego una excelente amiga.
Rodríguez Almodóvar comenzaría un cuento del que fuese protagonista con un niño siempre asomado a la ventanilla del tren de los panaderos de Alcalá, que es su pueblo. Me dijo que es un tren bucólico, que recorre paisajes maravillosos, puentes, un río, túneles. Y que transporta, su miedo, su paz, la sensación de que le llevan, de que él, de alguna manera, está metido en el destino. Es un ferrocarril con destino a lo desconocido.
Un buen viajero es aquel que no sabe a dónde va, según Lyn Yutang.
Se advierte que el protagonista del cuento no valoró mucho su etapa de marino mercante.