viernes, 19 de agosto de 2011

Grosso, el arquitecto que amaba a Faulkner

-Te veo bien, Alfonso.  José María Javierre quería que te visitara.
-Me coges en un momento bueno. Quizá porque me siento bien cuando estoy con amigos, pero tengo horas de depresión muy grave. Lo estoy pasando fatal. Dile a Javierre que ahora está aflorando en mi el sentido de la espiritualidad que tuve en mi infancia.
-Se lo diré. ¿Por qué novela vas?
-Hasta ahora he escrito veinticinco. Y un libro de ensayo y otro de viaje.
-¿Sería alta la torre que se hiciera con tus libros?
-Me da vergüenza decirlo, pero he vendido millones de ejemplares, porque han sido traducidos a otras lenguas.
Alfonso Grosso se  levanta y abre un armario  donde guarda las versiones extranjeras de sus obras. Coge una al azar. Es "El capirote", traducido al  polaco. Me comenta  que no deja de ser paradójico que la Iglesia en Polonia apoyó mucho este libro mientras que en España, concretamente en Sevilla, se encontró con una crítica que le dio otra significación.

-¿Sabes eso por referencias?
(Directamente. Yo paso temporadas en Polonia para gastarme lo que gano con mis libros en polaco, porque no puedo sacar el dinero del país.

Charlamos  en su chalet de Valencina de la Concepción. El ha sido el arquitecto. Se trajo de Italia unos planos para imitar un poco al Vaticano. La casa tiene una parte genovesa y otra  florentina. Me fijo en el Miró que le regaló el pintor cuando él le dedicó un soneto Y le oigo decir:
-La reja  de la casa es como la de un cuadro de mi tío Alfonso Grosso. También tengo muchos cachivaches. Los compré en Grecia, Siracusa, Efeso, Italia, e Inglaterra y  en Nueva Orleans.
-Veo que has  hecho tu morada  a imagen y semejanza tuya.
-Sí, a imagen y semejanza de lo que yo era antes como escritor barroco, cuando existía en nuestro país la censura. No deja de ser paradójico que escribí mis mejores libros en aquella época.
-¿Necesitas del whisky cuando te sientas a escribir?
-Cuando escribo no tomo ni una gota de alcohol. Tomo café. Fumo mucho. Mi gran vicio es el tabaco. El whisky no sirve para escribir.
-¿Sirve para la amistad?
-¡La amistad! ¡Pueden ser tantas cosas la amistad!
-¿Dónde está para ti?
-En el colegio de nuestra infancia; en nuestra adolescencia; en aquella gente que estuvo contigo cuando uno sufría. Creo que la amistad es el mundo de nuestra inocencia.
-¿Quién es tu agente literario?
-Una mujer que tiene 37 años.  Se llama Frederique Porretta. Tiene  nacionalidad francesa y norteamericana; casas en Nueva York, Paris y Madrid; habla cinco idiomas y es  de origen  judio.
-¿Te es muy útil?
-Sí, porque yo no sirvo para los negocios. Sirvo para escribir.
-¿Cuánto vas a pedir a tu editor por tu próxima novela?
-Veinticinco millones de pesetas. Ni una peseta más ni una peseta menos, porque,mis libros son  buenos y porque han  sido traducidos a casi todos los idiomas cultos, como hubiera dicho Carlos Barral.
Dejé a Alfonso Groso trabajar  sobre un emparedamiento que ocurrió en 1928 en un cortijo de Sevilla. Un aristócrata metió entre paredes a su mujer por haberle sido infiel. Lo descubrió un técnico norteamericano que vino a Sevilla para poner el asfalto en la Palmera.
-Has reservado el barroquismo para tu vivienda y ahora tú te dedicas ya a escribir sólo alrededor de un secreto...
-Sí, para que me lean más. Antes que yo lo hizo el escritor  norteamericano al que yo debo mi barroquismo: William Faulkner, que en los años cuarenta escribió, por necesidades económicas y por necesidades de la sociedad consumista en que vivía, la novela negra "El sueño eterno".