martes, 30 de agosto de 2011

Fue director general del Instituto Interamericano del Niño

Rodrigo  Crespo Toral, por su condición de pediatra, cuando ve a un niño no puede dejar de sonreír. Lo comprobé. Y los pequeños le corresponden. Dice él que lo hacen  porque tienen una gran sensibilidad: saben a quién sonríen. No le ocurre lo mismo con los jóvenes. En  Estados Unidos se suicidan al año 5.000, porque no encuentran satisfacción. Ni  comprensión por parte de los padres que ven mal todo lo que los hijos hacen, porque uno de los graves problemas del ser humano es que cuando se va haciendo viejo va contra toda innovación, contra todo empuje juvenil, según este médico. Cuando lo conocí en Sevilla  era  director general del Instituto Interamericano del Niño. Calculaba entonces que a principios del siglo XXI  habría  más de 600 millones de impedidos físicos o mentales,  de los que 200 millones serían niños
El  Instituto  que el dirigía en el aspecto técnico, diplomático y político,  trataba  de solucionar los problemas relativos a la maternidad, infancia, adolescencia y familia que había  en América. Y se preocupaba de los cinco millones de niños abandonados que existían  en América Latina agilizando la adopción y luchando contra el tráfico internacional que se daba  en esta delicada materia.

Rodrigo Crespo Toral, que tenía trece hermanos, comenzó a sentirse querido en su ciudad natal que es Cuenca, conocida como la Atenas del Ecuador porque ha dado muchos artistas y poetas. Está situada entre cuatro ríos. Allí nació su padre, que también era médico. Fue senador de la República  y hacía sonetos que al hijo le parecen maravillosos. Le han  levantado en el valle de la ciudad un monumento, desde el que se ve al fondo el hospital donde más de cinco mil niños nacieron en sus manos. De noche el monumento  oye el murmullo del río Tomebamba
El doctor Crespo Toral me coloca en la orilla de la duda cuando le oigo decir que en Iberoamérica ha nacido una nueva raza de gran fortaleza, con muchas características de los españoles y con muchas virtudes de los indios. Y que lo fundamental en esta nueva raza es  la  religión, el sentido trascendental de la vida y la vitalidad de la familia, incluidos abuelos y tíos. El es católico. Cree en los grandes valores y ve la vida llena de misterios que le ponen en estado de alerta.
Antes de salir de Montevideo  con dirección a España,  Crespo Toral compró la novela “El embrujo de Sevilla” del autor uruguayo Carlos Ryles, aparecida en 1922. El avión hizo escala en Río de Janeiro. Después, trece horas en avión hasta a Madrid. Le dio tiempo a leer la obra que le gustó. El viaje a Sevilla se le hizo corto. Vuela tranquilo porque cree  que nadie muere la víspera.