jueves, 2 de junio de 2011

Un psiquiatra en el Hotel Alfonso XIII

El doctor Juan Antonio Vallejo Nájera había reparado su cansancio con una breve siesta. A las siete menos veinte salió del ascensor, con camisa blanca y traje oscuro. Le brillaban la cara y el pelo. Dijo ¡hola! y preguntó
─¿Dónde podemos hablar?
Le sugiero un salón. El doctor se dirige a él con pasos largos y se vuelve contrariado:
-¡Está ocupado!  
Como si conociera el hotel atraviesa una amplia estancia, descubre una puerta, la empuja y comenta:
─Este es el sitio ideal: no hay ruidos y esa chimenea puede servirnos para las fotos.
Nos sentamos. Advierte que vendrán a recogerlo dentro de veinte minutos.
─Doctor, mientras le esperaba, me he acordado de su padre.
─Hombre, gracias.
─Hace muchos años dio una conferencia en el Ateneo de Sevilla sobre Nerón. Yo diría mejor que a favor de Nerón. Y recuerdo que estuvo muy atento con los periodistas gráficos. Cada vez que, durante su disertación, se le acercaba un fotógrafo, dejaba de hablar, se quitaba las gafas y sonreía.

─Esa  misma conferencia sobre Nerón la pronunció en Reggio Calabria, en una peña taurina, y entusiasmó tanto a los asistentes que lo sacaron a hombros, como si fuera un torero.
-¿Recuerda el año?
-Le invitaron a ir a Italia a finales de los cuarenta, época en que era muy difícil viajar y había muy poca comunicación de intelectuales.
    El padre del doctor Vallejo Nájera fue el jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares del régimen franquista y, según Pons Prades, dirigió en 1938 un estudio con prisioneros republicanos y con 50 presas malagueñas para averiguar qué insuficiencia mental predisponía al marxismo.
-¿Dónde nació usted?
-Prácticamente en una biblioteca. He vivido rodeado de libros y de escritores, porque mi padre tenía tertulias en casa con intelectuales.
-¿Fue él quien le enseñó a no perder el tiempo?  
─Sí. Mi  padre era un trabajador infatigable. En la época aquella en que los trabajadores intelectuales españoles se levantaban a las nueve o a las diez de la mañana, mi padre se levantaba a las cinco de la madrugada.
─¿Qué aprendió de usted su padre?
─¿Mi padre? ¿De mí?
-Sí.
─Mi padre era un partidario casi obsesivo de la música de Wagner y, al final de su vida, logré convertirlo a Mozart. Creo que fue la lección más importante que di a mi padre.
    Juan Antonio Vallejo Nájera había publicado aquel año  “Yo, el rey” y “Concierto para instrumentos desafinados”. Y mucho antes vio la luz su libro “Naifs españoles contemporáneos”. En esta obra  habla  de un bedel de la Escuela Técnica de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, porque era un hombre excepcional dentro del terreno naif. Se llama Manuel Sánchez. Natural de La Campana.  Fue guardia urbano.
-¿Sigue usted encuadernando libros?
-Hace casi veinte años que no lo hago. Pero gran parte de mi biblioteca la tengo encuadernada por mí, y de un modo muy vistoso, porque logré hacerlo bien.
-¿Qué le hace subir la  fiebre a algunos escritores?
-Que le organicen una rueda de prensa y una firma de sus libros. Le sube la fiebre, pero de gusto.
 ─¿Cree en el placer de la lectura?
─Yo, en mis libros, procuro ofrecer placer a mis lectores y además información, porque la lectura como evasión  no vale.
─¿En qué piensa usted al escribir un libro?
─Constantemente en el lector. Sé que  hay muchos escritores que piensan nada más que en sí mismos cuando escriben. Así les va.