José María Requena llevaba una doble vida. Tenía dos familias que atender. Se lo escuché a su hijo Jacinto. Estaba delante su madre. Me quedé de piedra. Recordé en aquel momento que José María había sido nombrado director de El Correo de Andalucía en 1975 y cuando, al cabo de dos años y pico, lo despidieron era padre de cinco hijos en edad escolar.
-¿Dos familias que atender? pregunté a Jacinto.
No me contesta él. Se adelanta Rosa, la madre:
-Cuando lo despidieron, pasamos un año horroroso. Se nos cerraron todas las puertas. José María y yo lloramos mucho a escondidas. Un día me dijo él: “Estamos ya en el fondo del pozo, tenemos que salir como sea”. Yo le contesté: “Vamos a vender las pequeñas propiedades que tenemos, montamos una cafetería, yo la llevo y tú dedícate a escribir”.
Jacinto se aclara:
-Mi padre tenía dos familias que atender: la real y la que creaba en sus novelas. Con las dos convivía a gusto. Su familia literaria era cada vez más numerosa.
A los pocos días de ser despedido, José María escribió una carta abierta al entonces obispo auxiliar de Sevilla don Antonio Montero, en la que, entre otras cosas, le decía:
“Por ahora soy el último de los casi cien ajusticiados por el presidente del Consejo de Administración de El Correo, Juan Borrero y su lugarteniente Antonio Uceda. Se habrá preguntado usted, que también es periodista, qué clase de gangrena sufre el periódico del cardenal Spínola, que exige año tras año tantas y tan dolorosas amputaciones. Por favor, señor obispo, un poco de agua bendita para el periódico más endemoniado de España”.
-¿Qué le contestó el obispo?
-Sólo mi padre podría autorizar la publicación de la respuesta que recibió, cosa, a estas alturas, imposible.
José María Requena, decimosegundo director de El Correo falleció el 13 de julio de 1998.
Me enseñaron la habitación donde trabajaba. Está como la dejó. Estanterías repletas de libros y fotografías familiares. Destaca la de su nieto Pedro Risquete Requena, vestido de sevillista, para desgracia de su abuelo.
Toqué la Triumph, máquina alemana donde tecleó los primeros poemas de juventud y escribió “La sangre por las cosas”, “Gracia pensativa” y “La gente del toro”.
Acaricié la Olivetti, con la que consiguió el Premio Nadal 1971 para su novela “El cuajaron”.
Vi el ordenador donde trabajó los últimos siete años de su vida.
Contaba José María Requena que cuando regresaba del periódico, ya bien entrada la madrugada, daba un repaso al dormir de sus pequeños hijos. Ponía en orden las sábanas y las mantas de Mariano, corregía la posición de José María para que no se quejara después de tortícolis, destapaba el rostro del friolero Jacinto para que no se asfixiara, cogía del suelo la almohada que había dejado caer María Begoña y daba una vuelta completa a la vida más pequeña y revoltosa de la casa: Rafael.
Eran noches entrañables en las que a José María no le acechaba el injusto despido de un periódico, donde ingresó como subdirector el año 1964.
-¿Dos familias que atender? pregunté a Jacinto.
No me contesta él. Se adelanta Rosa, la madre:
-Cuando lo despidieron, pasamos un año horroroso. Se nos cerraron todas las puertas. José María y yo lloramos mucho a escondidas. Un día me dijo él: “Estamos ya en el fondo del pozo, tenemos que salir como sea”. Yo le contesté: “Vamos a vender las pequeñas propiedades que tenemos, montamos una cafetería, yo la llevo y tú dedícate a escribir”.
Jacinto se aclara:
-Mi padre tenía dos familias que atender: la real y la que creaba en sus novelas. Con las dos convivía a gusto. Su familia literaria era cada vez más numerosa.
A los pocos días de ser despedido, José María escribió una carta abierta al entonces obispo auxiliar de Sevilla don Antonio Montero, en la que, entre otras cosas, le decía:
“Por ahora soy el último de los casi cien ajusticiados por el presidente del Consejo de Administración de El Correo, Juan Borrero y su lugarteniente Antonio Uceda. Se habrá preguntado usted, que también es periodista, qué clase de gangrena sufre el periódico del cardenal Spínola, que exige año tras año tantas y tan dolorosas amputaciones. Por favor, señor obispo, un poco de agua bendita para el periódico más endemoniado de España”.
-¿Qué le contestó el obispo?
-Sólo mi padre podría autorizar la publicación de la respuesta que recibió, cosa, a estas alturas, imposible.
José María Requena, decimosegundo director de El Correo falleció el 13 de julio de 1998.
Me enseñaron la habitación donde trabajaba. Está como la dejó. Estanterías repletas de libros y fotografías familiares. Destaca la de su nieto Pedro Risquete Requena, vestido de sevillista, para desgracia de su abuelo.
Toqué la Triumph, máquina alemana donde tecleó los primeros poemas de juventud y escribió “La sangre por las cosas”, “Gracia pensativa” y “La gente del toro”.
Acaricié la Olivetti, con la que consiguió el Premio Nadal 1971 para su novela “El cuajaron”.
Vi el ordenador donde trabajó los últimos siete años de su vida.
Contaba José María Requena que cuando regresaba del periódico, ya bien entrada la madrugada, daba un repaso al dormir de sus pequeños hijos. Ponía en orden las sábanas y las mantas de Mariano, corregía la posición de José María para que no se quejara después de tortícolis, destapaba el rostro del friolero Jacinto para que no se asfixiara, cogía del suelo la almohada que había dejado caer María Begoña y daba una vuelta completa a la vida más pequeña y revoltosa de la casa: Rafael.
Eran noches entrañables en las que a José María no le acechaba el injusto despido de un periódico, donde ingresó como subdirector el año 1964.