A María José Segarra y Antonio de la Torre, Claveles de la APS
-¿Qué resaltaría usted de la obra que está representando?
-En “El médico de su honra”, de Calderón de la Barca, hay una distinción entre el honor, que es un problema personal, y la honra, que es un problema de la visión que los demás tienen de nosotros.
-¿Con qué se queda, con el honor o con la honra?
-Con el honor.
-Déjeme preguntarle por qué.
-Porque me importa más la conciencia que el respeto de los demás. Uno nace solo, con la utilísima colaboración de la madre y uno muere también solo.
-¿Cómo será el día de su despedida de este mundo teatral?
-Me iré sin sentir. No provocaré las lágrimas de nadie ni la alegría de algunos.
La víspera de esta conversación, Adolfo Marsillach soñó que se estaba dando una representación de “El médico de su honra”, que es una obra en la que los actores van vestidos como en el siglo XVII. Entre los interpretes había un actor, fallecido años antes, al que Marsillach quería mucho: Ismael Merlo, pero que iba vestido con traje de hoy. Durante la representación, los actores se acercaban a Marsillach y le decían:
-Adolfo, Ismael Merlo no puede estar en escena, porque no está vestido de época.
Marsillach, que era el director escénico, les tranquilizaba contestándoles:
-Comprendo vuestra intención, pero no se lo digáis, porque si se lo decís, descubrirá que está muerto.
-¿Va a escribir el sueño?
-Seguramente, porque me impresionó mucho. Es un sueño fantástico y, al mismo tiempo, terrible
.
Adolfo Marsillach se ajusta bien la pulsera magnética que lleva en la mano derecha. Se la aconsejaron para un fuerte dolor de lumbago que se le agudizó antes de una representación teatral. Y se alivió. Después el quiso hacer extensivas las propiedades curativas de la pulsera a su jaqueca, pero ésta sigue adueñándose todas las tardes de su cabeza.
¿La verdadera vocación es la que termina triunfando?
-No forzosamente, contestó Adolfo Marsillach.
-¿Habla por experiencia propia?
-Yo, de pequeñito, quería ser organillero. De mayor estudié Derecho e iba para ser diplomático, que me gustaba mucho, o para ser periodista, que era seguir la tradición de mi padre y de mi abuelo.
-¿Qué no quería ser?
-Ni actor, ni director de escena ni nada de teatro.
-En el fondo qué es.
-En el fondo, soy un periodista y un escritor.
-¿Qué géneros periodísticos ha cultivado?
-Casi todos, menos la entrevista, porque soy bastante tímido y entonces me daba vergüenza preguntar cosas a los demás. Me daba la impresión de que me estaba entrometiendo en un terreno privado.
-¿Me está cortando?
-No, no. Tenemos tiempo para seguir hablando. La entrevista es una cosa muy atractiva, porque se puede hacer un retrato del personaje.
-¿Recuerda los periódicos en los que trabajó su padre?
-Cuando yo era muy niño trabajaba en un periódico de Barcelona que se llamaba “Las Noticias”. Después en “La Vanguardia Republicana”. Al final de su vida, murió siendo director de la “Hoja del lunes”.
-¿Guarda imágenes de él?
-Muy tiernas y muy patéticas. Lo recuerdo siempre con una mano apretándose la boca del estómago, que le hacía sufrir mucho y, a pesar de eso, escribía artículos de humor
.
De sus hijas me comentó que eran un hermoso accidente que se había producido en su vida. Y cuando le pregunté si el actor domina al público, contestó:
-No siempre. Eso es como el caballista: unas veces domina al caballo y otra el caballo lo tira. Recuerdo que cuando un director de teatro dijo a Jacinto Benavente que iba a montar a “Hamlet”, Benavente le contestó: Pues ten cuidado de que no te tire el caballo.