El rejoneador Ángel Peralta dijo a su primo Daniel Pineda Novo: “Ven conmigo a todas las plazas en donde yo toree y recoge todo el ambiente de la fiesta y haz crónicas taurinas como las hicieron Ramón Pérez de Ayala, que era muy belmontista y como Azorin, que era mucho de Joselito El Gallo”.
Buena opinión tenía el rejoneador de su pariente: le confiaba hacer en colaboración un libro, al que ya había buscado título. Se llamaría “Desde mi caballo”.
Daniel, licenciado en Filosofía y Letras, se montó gustoso en la idea. Y pensó que con la experiencia de sus veinte obras publicadas, la tarea no le resultaría dificil.
Consideraba al rejoneador, persona sobria y apasionada, con gran inteligencia e identificado con sus caballos, a los que habla y mima. Le constaba que se desvivía por los ancianos, quizá porque su madre tenía 86 años. Era tan guapa que en ella se inspiraron los hermanos Álvarez Quintero para escribir “Puebla de las mujeres”.
-Daniel,¿has conseguido algo que tu padre no pudo alcanzar?
─El título de académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Sevilla, sin ser médico como era él, por un ensayo biográfico que escribí sobre Blázquez Bores, médico y humanista.
-¿Llegaste a hablar con tu biografido?
-Sí. Era íntimo amigo de mi padre.
─¿Te hizo alguna confidencia?
─Una relacionada con el cardenal Segura, que era paciente suyo, y una viuda.
-Me lo cuentas después. ¿Qué fuiste tú para el historiador don Santiago Montoto?
─Fui el hijo que él hubiese querido tener. Durante 15 ordené su archivo y su biblioteca y le pasaba a máquina los artículos que él escribía. Lo llevaba de mi brazo, con su paso cansino, a la Virgen de los Reyes y después a la tertulia de “La Punta del Diamante”. Una vez que no acudí, me escribió una carta a Coria diciéndome: “Vente. No faltes hoy a la tertulia, porque viene a tomar café conmigo el gran poeta Jorge Guillén”.
Una desapacible mañana de noviembre del 69, Daniel se encontró a don Santiago llorando en su biblioteca. Había fallecido el poeta y conservador del Alcázar, Joaquín Romero Murube, quien la víspera de su muerte escribió estas palabras a su amigo: “Gracias, Santiago, por tu libro sobre Fernán Caballero. En esta noche de insomnio me lo he leído de un tirón”.
Don Santiago ya no recibiría en el día de su santo lo que Romero Murube le enviaba cada año: una fotografía original del Alcázar, con un poema y una maceta de albahaca, su planta preferida.
Romero Murube siempre le estuvo agradecido. Gracias a él se colocó en el Alcázar. Don Santiago habló con los hermanos Álvarez Quintero. Estos, con un ministro republicano. Y dicha autoridad dispuso que colocaran a Joaquín Romero Murube como administrativo en el Alcázar.
Y llegó el día en que, como dice Pineda Novo, alcanzó, por méritos propios, el cargo de conservador.
-¿Y lo del cardenal?
-Que el monumento que levantó el cardenal Segura a los Sagrados Corazones en San Juan de Aznalfarache, se debía casi exclusivamente a la íntima amistad que el cardenal tenía con la viuda de Ybarra.
-¿Detrás de qué estatua te esconderías en el Louvre?
─Detrás de la Venus de Milo, con la obra de Romero Murube “Sevilla en los labios”
Buena opinión tenía el rejoneador de su pariente: le confiaba hacer en colaboración un libro, al que ya había buscado título. Se llamaría “Desde mi caballo”.
Daniel, licenciado en Filosofía y Letras, se montó gustoso en la idea. Y pensó que con la experiencia de sus veinte obras publicadas, la tarea no le resultaría dificil.
Consideraba al rejoneador, persona sobria y apasionada, con gran inteligencia e identificado con sus caballos, a los que habla y mima. Le constaba que se desvivía por los ancianos, quizá porque su madre tenía 86 años. Era tan guapa que en ella se inspiraron los hermanos Álvarez Quintero para escribir “Puebla de las mujeres”.
-Daniel,¿has conseguido algo que tu padre no pudo alcanzar?
─El título de académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Sevilla, sin ser médico como era él, por un ensayo biográfico que escribí sobre Blázquez Bores, médico y humanista.
-¿Llegaste a hablar con tu biografido?
-Sí. Era íntimo amigo de mi padre.
─¿Te hizo alguna confidencia?
─Una relacionada con el cardenal Segura, que era paciente suyo, y una viuda.
-Me lo cuentas después. ¿Qué fuiste tú para el historiador don Santiago Montoto?
─Fui el hijo que él hubiese querido tener. Durante 15 ordené su archivo y su biblioteca y le pasaba a máquina los artículos que él escribía. Lo llevaba de mi brazo, con su paso cansino, a la Virgen de los Reyes y después a la tertulia de “La Punta del Diamante”. Una vez que no acudí, me escribió una carta a Coria diciéndome: “Vente. No faltes hoy a la tertulia, porque viene a tomar café conmigo el gran poeta Jorge Guillén”.
Una desapacible mañana de noviembre del 69, Daniel se encontró a don Santiago llorando en su biblioteca. Había fallecido el poeta y conservador del Alcázar, Joaquín Romero Murube, quien la víspera de su muerte escribió estas palabras a su amigo: “Gracias, Santiago, por tu libro sobre Fernán Caballero. En esta noche de insomnio me lo he leído de un tirón”.
Don Santiago ya no recibiría en el día de su santo lo que Romero Murube le enviaba cada año: una fotografía original del Alcázar, con un poema y una maceta de albahaca, su planta preferida.
Romero Murube siempre le estuvo agradecido. Gracias a él se colocó en el Alcázar. Don Santiago habló con los hermanos Álvarez Quintero. Estos, con un ministro republicano. Y dicha autoridad dispuso que colocaran a Joaquín Romero Murube como administrativo en el Alcázar.
Y llegó el día en que, como dice Pineda Novo, alcanzó, por méritos propios, el cargo de conservador.
-¿Y lo del cardenal?
-Que el monumento que levantó el cardenal Segura a los Sagrados Corazones en San Juan de Aznalfarache, se debía casi exclusivamente a la íntima amistad que el cardenal tenía con la viuda de Ybarra.
-¿Detrás de qué estatua te esconderías en el Louvre?
─Detrás de la Venus de Milo, con la obra de Romero Murube “Sevilla en los labios”