Sus manos, más que bendecir, cogían aceitunas, uvas, escardaban pipas de girasol, arrancaban garbanzos y sacaban espárragos. Se levantaba a las siete de la mañana. Rezaba. Salía a comprar el pan. Volvía. Y mientras escuchaba las noticias de la SER preparaba el talego: un poco de salchichón, un huevo duro, una lata de atún, queso y dos naranjas Y se marchaba a trabajar en la finca Rejano, ya en el término de Martín de la Jara.
Un día, el cardenal Bueno Monreal le hizo llegar su deseo de conversar con él cuanto antes. Diamantino García Acosta, párroco de Los Corrales, acudió enseguida al Palacio Arzobispal. El cardenal no titubeó:
-Me consta, Diamantino, que estás metido en política. Y en un sindicato totalmente radical. Si, al menos, estuvieras en la UGT, pero mira el sindicato que has tenido que elegir. Ya sabes lo que yo opino: o cura o sindicato.
Un día, el cardenal Bueno Monreal le hizo llegar su deseo de conversar con él cuanto antes. Diamantino García Acosta, párroco de Los Corrales, acudió enseguida al Palacio Arzobispal. El cardenal no titubeó:
-Me consta, Diamantino, que estás metido en política. Y en un sindicato totalmente radical. Si, al menos, estuvieras en la UGT, pero mira el sindicato que has tenido que elegir. Ya sabes lo que yo opino: o cura o sindicato.
-Señor cardenal, usted tiene la culpa de que yo me haya radicalizado porque me mandó a un pueblo radicalmente injusto. Cuando llegué a Los Corrales yo era joven y tenía la piel sensible y la gente del pueblo emigraba de un modo inhumano. Y yo como hombre no podía cruzarme de brazos ante esa situación y, como creyente, veía clarísimo lo que dice el Evangelio: “Bienaventurados los pobres…”
Bueno Monreal le preguntó:
-¿Cuáles son tus intenciones?
Diamantino, que era miembro del Sindicato Obrero del Campo, respondió:
-Continuar con el apostolado que inicié hace varios años cuando me monté en el primer tractor que vi en la plaza del pueblo y me marché con los trabajadores para vivir entre ellos como uno más.Yo no puedo desatender ahora los compromisos, porque soy jornalero, trabajo de eso y como de eso.
-¿Y el templo?
-Entiendo, señor cardenal, que el lugar preferente de apostolado y de evangelización no es tanto el templo como es el tajo, como es la plaza del pueblo, como es el bar. Pero yo me siento sacerdote y quiero seguir siendo sacerdote.
-Que sepas que voy a cambiarte de parroquia. Y también a los sacerdotes que trabajan contigo.
El encuentro terminó casi sin despedida.
A los pocos días Diamantino, que sentía un gran aprecio y respeto por Bueno Monreal, recibió carta del cardenal, en la que le decía:
“De ningún modo voy a cambiar ni a ti ni al equipo sacerdotal que formáis. Me siento orgulloso y, desde luego, ya quisiera yo tener en la diócesis sacerdotes tan entregados como vosotros.”
Era primer domingo de mes. El sacerdote obrero tenía bautizos comunitarios. . .