“Yo nunca he visto más ombligos femeninos en toda mi vida que este verano en la cripta de fray Leopoldo de Alpandeire. Temblaba hasta mi teología”, dijo fray José Antonio Márquez al periodista donostiarra Francisco Javier Fernández Barrera, que trabaja en el Ideal de Granada. Se refería el fraile capuchino a los meses veraniegos que precedieron al 10 de septiembre de 2010, día en fue beatificado, ante más de 60.000 personas, fray Leopoldo en la Base Aérea Militar de Armilla.
Fray José Antonio Márquez, que no es un voyeur sino que, nada más y nada menos, fue el administrador de la causa de beatificación de fray Leopoldo.
Y para no dejar en el aire su comentario sobre los ombligos, se sinceró con el periodista donostiarra así:
“A una rubia despampanante le dije: Perdona mi curiosidad. ¿Qué te llama la atención de este fraile anciano y taciturno que no escribió ningún libro, que no hizo ningún gran hospital? Su autenticidad en un mundo tan tramposo, me contestó la joven”.
Fray José Antonio Márquez, que no es un voyeur sino que, nada más y nada menos, fue el administrador de la causa de beatificación de fray Leopoldo.
Y para no dejar en el aire su comentario sobre los ombligos, se sinceró con el periodista donostiarra así:
“A una rubia despampanante le dije: Perdona mi curiosidad. ¿Qué te llama la atención de este fraile anciano y taciturno que no escribió ningún libro, que no hizo ningún gran hospital? Su autenticidad en un mundo tan tramposo, me contestó la joven”.
El famoso Tico Medina, que no asistió a la beatificación, dedicó palabras hermosas cuatro años antes al popular limosnero de los capuchinos. Las pronunció en un acto solemne celebrado en la Facultad de Medicina de Granada:
“Yo, de niño, he visto en persona la sonrisa y la luminosidad de aquel fraile pobre. Yo, que yo soy un detector de metales preciosos, un buscador de oro en la basura de la vida, lo llevo siempre conmigo, como quien lleva la verdad en el tiempo de la mentira. Lo llevo como estampa, lo tengo en barro y en plata. Y sobre todo lo llevo en el forro de mi alma”.
Nos salimos de la Facultad para entrar en la guardería de lo prosaico:
El doctor Rafael Ocete, del Ilustre Colegio de Médicos de Sevilla, puso inyecciones balsámicas a fray Leopoldo, porque padecía terribles catarros.
Como limosnero de los capuchinos se pasaba casi todo el día en la calle, hiciera frío o calor. Y cuando regresaba al convento, a veces le esperaban pobres. Entonces les daba lo que había recaudado en alimentos o dinero, porque según él, lo necesitaban más que los frailes.