Un hombre joven se acercó al grupo de personas enchaquetas que olían a Aqua Brava y preguntó:
-¿Es cierto que se afloja para siempre?
-No, tranquilo. El plutonio sólo causa cáncer de pulmón, contestó el más enterado de la reunión, que no era médico ni científico. Tampoco, prudente.
El hombre joven, que había contraído matrimonio canónico hacía unos días, respiró y miró de nuevo al cielo de Palomares; esta vez en acción de gracias.
A las cercanías de este pueblo almeriense ya habían llegado, procedentes de Estados Unidos, más de 3.000 soldados. Y los peces vieron minisubmarinos y buceadores en el Mediterráneo, porque el 17 de enero de 1966, a las diez y media de la mañana, cuando, por lo menos media España había desayunado, dos aviones norteamericanos chocaron a 10.000 metros de altura.
El gobierno español tranquilizó a la población. Se encargó de esta tarea Manuel Fraga, que entonces era ministro de Información y Turismo (más de esto último que de lo primero). Aseguró que no había contaminación nuclear en Almería.
Por lo visto y oído no era para tanto lo ocurrido: uno de los aviones transportaba cuatro bombas termonucleares y el otro, 110.000 litros de combustible.
Y la prensa tampoco era pesimista en aquellos días:
“Se pierde una bomba en Palomares. Tres han caído en tierra, lo que hará que su búsqueda no será difícil, aunque los restos de los aviones se hallan dispersos en un radio de diez kilómetros. La cuarta bomba será más complicada de rescatar, dado que está en el mar”
No era el Mediterráneo de Serrat.
El actual alcalde de Palomares quiere que los yanquis se lleven de una puñetera vez los residuos tóxicos que dejaron un día ventoso del año 1966 en este paciente pueblo de Almería.
-¿Es cierto que se afloja para siempre?
-No, tranquilo. El plutonio sólo causa cáncer de pulmón, contestó el más enterado de la reunión, que no era médico ni científico. Tampoco, prudente.
El hombre joven, que había contraído matrimonio canónico hacía unos días, respiró y miró de nuevo al cielo de Palomares; esta vez en acción de gracias.
A las cercanías de este pueblo almeriense ya habían llegado, procedentes de Estados Unidos, más de 3.000 soldados. Y los peces vieron minisubmarinos y buceadores en el Mediterráneo, porque el 17 de enero de 1966, a las diez y media de la mañana, cuando, por lo menos media España había desayunado, dos aviones norteamericanos chocaron a 10.000 metros de altura.
El gobierno español tranquilizó a la población. Se encargó de esta tarea Manuel Fraga, que entonces era ministro de Información y Turismo (más de esto último que de lo primero). Aseguró que no había contaminación nuclear en Almería.
Por lo visto y oído no era para tanto lo ocurrido: uno de los aviones transportaba cuatro bombas termonucleares y el otro, 110.000 litros de combustible.
Y la prensa tampoco era pesimista en aquellos días:
“Se pierde una bomba en Palomares. Tres han caído en tierra, lo que hará que su búsqueda no será difícil, aunque los restos de los aviones se hallan dispersos en un radio de diez kilómetros. La cuarta bomba será más complicada de rescatar, dado que está en el mar”
No era el Mediterráneo de Serrat.
El actual alcalde de Palomares quiere que los yanquis se lleven de una puñetera vez los residuos tóxicos que dejaron un día ventoso del año 1966 en este paciente pueblo de Almería.