Para Paco Sánchez, de Canal Sur Radio
Tengo un 39 de pie. Demasiado para una mujer, comentó Manuela Vargas.
Es usted alta, le dije No tanto, mido 1, 70. Mis dos hijas sí son altas, miden 1, 74 y calzan un 40. Son gemelas. ¿La ven bailar? Sí, pero no me echan cuenta. ¿A qué hora del día se encuentra usted mejor? Quizá sea por la noche, porque, aunque no lo parezca, soy tímida y un poco triste. Así que me levanto sin ilusión, pero conforme avanza el día me voy animando. ¿Cómo le ha ido en la vida? Bien. Para que me voy a quejar si hay otros que están peor. ¿En el amor? Bien y mal. ¿El más grande y el más puro? El de mis hijas y el de mi familia.
Hablaba con la artista sevillana cuando Salvador Távora dijo a los bailaores y bailaoras de su compañía: cuando venga el hombre de los perros empezaremos a ensayar.
¿Viste de negro por la obra? No, no. Es que yo para ensayar me gusta mucho el negro. Y el blanco también. ¿Siempre el mismo peinado? Sí. Soy muy clásica.
El padre de Manuela Vargas trabajó en el mercado de la calle Feria. Era conocido como el hijo de la rubia. Y el abuelo materno de la bailaora se dedicó a hacer toldos para los barcos de Triana. Después montó un pequeño taller para fabricarlos Con el tiempo fue una familia de buena sombra.
Se oyen ladridos. Los animales se aproximan al número 27 de la calle C del Polígono Navisa. Comienza el ensayo de la tragedia Las bacantes.
Alguien me susurra al oído:
La obra que escribió Eurípides hace 400 años de Cristo podría llevar fecha de hoy: plantea el debate entre lo pagano y lo religioso.
Agradezco el comentario mientras mujeres semidesnudas, las bacantes, dan muerte al rey de Tebas
Y comienza el banquete de los perros. La carne y los huesos son de verdad.
Manuela Vargas recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, siempre tan puntual, un año antes de su fallecimiento.