El doctor Arti, médico
personal del joven arzobispo Casto Grajera, no sabía cómo comunicar al
más ilustre de sus pacientes los graves resultados de los últimos
análisis de sangre. Después de su reciente viaje a África, el prelado
se quejó al doctor Arti de dolores en las articulaciones hasta el punto
de que le costaba trabajo alzar la sagrada forma en la celebración de
la Eucaristía. Sentía mucho cansancio y la fiebre no le bajaba.
Cuando
el médico fue recibido por el arzobispo en el despacho de su biblioteca
vio algo que primero le causó sorpresa y después rabia. En aquel
momento decidió no hablar de enfermedades sino del frío que hacía. Al
despedirse del prelado vio de nuevo en la mesa medicamentos contra el
VIH detrás de un crucifijo.