lunes, 15 de febrero de 2016

Lo más insospechado de José María Franco


En medio de la frialdad del invierno José María Franco se  fijó en un árbol de Carbonera, una aldea de la sierra de Aracena, y lo pintó desnudo, sin hojas. Volvió en agosto, puso el caballete ante el mismo árbol y pintó sus hojas que lo protegían del sol. Cuando llegó el otoño retornó a Carbonera y allí le esperaba el árbol. Comenzó  a pintar el dorado de las hojas que estaban próximas a caerse para siempre y también llevó al lienzo toda la melancolía que respiraba a su alrededor.  . 
-¿Cómo ves la vida? ¿Rodeada de misterio o muy clara?
-Nada de clara. Los acontecimientos van surgiendo sin saber uno por qué. 
Su amigo Amalio García del Moral se sinceró con él: “Creo que estás equivocado, porque estás haciendo unas funciones muy lejanas del mundo del arte. Me habían dicho que eres un policía aficionado a pintar y yo veo que eres un pintor aficionado a policía. Te aconsejo que ingreses en la Escuela de Bellas Artes y haz la carrera. Después deja  la Policía y te dedicas a la docencia”. 
Cuando se enteró Amalio que había seguido al pie de la letra su consejo, le comentó: “Como dicen los castizos: por ahí arde el puro”.
-¿Hablaste de este asunto con Daniel Vázquez Díaz?  
-Sí, antes de hacer las oposiciones al Cuerpo Superior de Policía.  Recuerdo que me dijo: Los artistas tenemos que hacer las cosas más insospechadas. Haz las oposiciones y cuando ingreses en el Cuerpo, el día que  lo estimes oportuno pide la excedencia. 
-¿Llegaste a poner las esposas a alguien?
-No.
¿Llevabas arma?
-Ocasionalmente, porque mi labor era burocrática. Y cuando al cabo de los diez años me concedieron la excedencia, tuve que buscar a un compañero para que limpiase la pistola, porque estaba toda obstruida.