En la puerta del despacho de un prestigioso
profesor había una servilleta de papel con huellas de labios de alguien
que había tomado un café aguado y sobre la que habían escrito a mano
cuatro letras mayúsculas y temibles. Conozco estos detalles por un
médico sevillano, ya jubilado que se llama Ignacio Yánez Polo. Me contó
que, a principios de los 80, le concedieron una beca que le permitió ir
a EE.UU. para conocer el tema tan vital de la salud pública en dicho
país. Estuvo en Baltimore, en la Universidad John Hohpkins y en
Atlanta, donde se encuentra el Centro de Control de Enfermedades. Allí
estaba el despacho, que antes mencioné. Era del doctor Kennet Castro,
norteamericano de origen hispano. Él y otros colegas decidieron poner
cierto orden en las enfermedades que investigaban. El problema se
resolvió con estas cuatro letras: SIDA. Estas siglas resultaban más
fáciles de retener que lo que significaban: “Síndrome de
inmunodeficiencia adquirida” La servilleta daba fe del nombre con el
que habían bautizado al conjunto de dolencias que tenían un denominador
común. Vivió de cerca la ceremonia Y.Y P.
En estos días se ha hecho público que en el mundo existen más de 40 millones de afectados y la mitad sin tratamiento.