martes, 30 de diciembre de 2014

La sonrisa se apaga

Conocí a Máximo San Juan tres años antes de que muriera Franco. Había venido a Sevilla para participar en un ciclo de conferencias organizado por el diario Pueblo, que dirigía Emilio Romero. Su hijo Alberto (actor) tenía cuatro años,
Máximo no sabía en qué democracia tenía mejor cabida su humor: en la orgánica, en la inorgánica o en la  sección “Cartas al director”. Él, como los demás humoristas, esperaba que este país llegase a ser serio alguna vez, porque los políticos de entonces en vez de asociarse con fines políticos se asociaban con fines religiosos. Máximo se refería a los miembros del Opus Dei que eran ministros del gobierno franquista. Los del Opus deseaban que los políticos en general aprendiesen las cuatro reglas y los políticos que dimitieran ellos. Entonces no se hablaba de partidos políticos, sólo de asociaciones. Pero, según me contó Máximo, los duros del franquismo sólo se fiaban de la Asociación de los Amigos de los Castillos. Él publicaba un chiste cada día en el diario Pueblo, cuyos dueños eran los sindicatos verticales del régimen. No sabía que el delegado de dicho periódico en Sevilla tenía carnet de falangista firmado por el propio José Antonio Primo de Rivera. Se llamaba Manuel Benitez Salvatierra y era director de la emisora La Voz del Guadalquivir,
(Descanse en paz este hombre valioso y sencillo).